Un país es su gente, que guarda en sus códigos el programa heredado de todas las generaciones. Ante cualquiera de tantas chapuzas como el nuestro produce solemos decir eso mismo, ¡país!, y todo el mundo entiende la exclamación-frase. Pero el país está demostrando ahora su aptitud para encajar con paciencia, y a ratos hasta con alegría, los infortunios mil que la crisis depara. Esa enorme capacidad de adaptación, repartiendo y compartiendo las desgracias (lo que el Estado no hace), asumiendo las carencias en familia o en la base social, amortiguando los impactos que en otro lugar habrían estallado en sublevación, y siempre sin doblegar la dignidad, da cuenta de una nación con mayúsculas, mientras la clase dirigente cae cada vez más a las minúsculas. ¡Dios que buen vasallo si hubiera buen señor!, hay que decir ahora del pueblo español en su conjunto. ¡País!, esta vez entre signos de admiración.