En el año que termina hay cosas buenas y malas, como siempre, aunque haya sido un año especialmente duro para la gran mayoría. De arreglarlo se ocupan los economistas aunque no esté claro que sepan lo que hacen. Sin ir más lejos, las recetas que aplican Obama y Merkel para salir de la crisis son muy diferentes. Pero no es de eso de lo que quiero hablar hoy sino de las cosas que leo últimamente y que no solo no entiendo sino que me molestan de modo especial.

Como el fanatismo que intentó acabar con la vida de esa niña pakistaní que no solo estudiaba sino que, para mayor escarnio, defendía con coraje que las niñas pudieran ir al colegio. Afortunadamente no ha muerto y está siendo atendida en un hospital británico. O el asesinato de cuatro enfermeros que vacunaban a niños contra la polio. No entiendo a quienes en nombre de un dios terrible o de unas costumbres implacables se oponen a la educación de las niñas o la salud de los niños, que imponen la ablación a las mujeres o justifican el asesinato de quienes piensan diferente. Como me irritan los dichosos códigos de honor que depositan el de los hombres en la entrepierna femenina y fomentan un machismo que glorifica la venganza del amante despechado. En otro nivel, tampoco entiendo a los que destrozaron en Bamiyán unos budas centenarios o a los que todavía hoy derriban mausoleos en Tombuctú sin respeto alguno por su valor artístico y por la memoria de quienes las levantaron con su fe y su esfuerzo. Me irritan y me deprimen el dogmatismo y la intolerancia.

Me avergüenzan los corruptos y me molesta la forma en la que los políticos se cubren unos a otros. La presunción de inocencia es sagrada pero no acepto que se diga que la dimisión de un imputado por corrupción «le honra». No señor, la dimisión le deshonra porque no se hubiera producido de no haber sido imputado. Aquí no ocurre como en la CIA o en la BBC, donde la gente dimite cuando se equivoca, aquí nadie dimite, los políticos se aferran a sus cargos porque viven de ellos con la consecuencia de que cada vez hay menos empatía entre gobernantes y gobernados, mientras los partidos (listas cerradas, lealtades acríticas) anteponen sus intereses a los de los ciudadanos cuando no se envuelven en banderas identitarias e insolidarias que complican aún más la salida de la crisis. Por no hablar de su turbia financiación, un secreto a voces que solo se destapa cuando pillan a alguno, que suelen ser pocos, como sabe cualquiera que le dedique un momento a pensar en el tema. Eso explica el desprestigio de la política que, sin embargo, tan necesaria es para la gestión de la cosa pública. ¿No creen ustedes que en estos momentos habría que aunar los esfuerzos de todos para salir de la crisis? Pero no se pueden pedir peras al olmo de quienes no han sido capaces de consensuar una sola de las siete malas leyes de educación que llevamos desde la Transición.

Y ya que tocamos la educación, tampoco entiendo que por dura que sea la crisis -que lo es- estemos recortando en educación e investigación, que es lo único que podrá sacarnos de ella permitiéndonos cambiar un modelo de desarrollo basado en el ladrillo. En un mundo globalizado e interconectado nuestro futuro no podrá estar en producir más barato sino en producir mejor. Una población educada es la mejor garantía de futuro y eso no se consigue sin trabajo, sin buenos maestros, sin becas que premien el esfuerzo y garanticen la igualdad de oportunidades, sin planes de estudios que no dependan de la política... En educación estamos a la cola de Europa y el país que tiene una de las más antiguas universidades del mundo no logra colocar hoy ninguna entre las cien mejores del planeta. Es otra cosa que me avergüenza y me preocupa, como me preocupa también que estemos desmontando el estado de bienestar (sanidad) que tanto nos ha costado construir cuando tenemos más funcionarios que Alemania y duplicamos servicios en lugar de aplicar el principio de subsidiaridad. ¿Hay alguien pensando qué modelo de país queremos tener dentro de diez años? Me temo lo peor.

Y me irrita que se aplique selectivamente la lógica del capitalismo desregulado que padecemos y que exige aceptar ganar pero también perder. No acepto que se privaticen las ganancias y se socialicen las pérdidas y si una entidad es tan grande que su caída provocaría, como se dice, un «riesgo sistémico» entonces no hay que dejarla crecer tanto. Tampoco entiendo que las gestionen políticos profesionales en lugar de técnicos solventes. Y por no entender no entiendo que no se acepte la dación en pago de una hipoteca que la crisis impide pagar, como se hace en otros países que no tienen tantos parados como nosotros. Si la codicia llevó a dar préstamos que excedían el valor de la vivienda o si se concedieron sin garantías, que se asuman ahora las consecuencias. Es cierto que eso empeoraría los balances pero peor me parece llegar al suicidio.

Fanatismo, corrupción, estupidez e injusticia son los jinetes del apocalipsis de este fin de año y no son los únicos. De corazón les deseo que 2013 sea mejor y les pido de antemano que disculpen mi escepticismo.