El homo sapiens no sabe mucho, pero se afana en comprender. El deseo de entender la realidad, más allá incluso de la utilidad inmediata de la comprensión adquirida, puede que sea quizás junto con la empatía la cualidad más genuina de nuestra especie; aquella que nos ha diferenciado de otras especies animales y cualificado en nuestra evolución. El despliegue de conocimientos y la consiguiente ramificación de los campos del saber determinó en las sociedades primitivas el comienzo de la especialización del trabajo. Nos especializamos ergo avanzamos.

Decía el arquitecto japonés Tadao Ando que la Arquitectura se medía por la distancia que un proyecto, tras cumplir el programa funcional y garantizar la estabilidad estructural, era capaz de recorrer tras lograr los requisitos anteriores. En este recorrido, la continuación del trabajo del arquitecto buscaba, busca, envolver el proyecto de otras cualidades más difíciles de lograr y explicar que de percibir: belleza, serenidad, orden, alegría€ cualidades con las que trascender el caos y el ruido para construir la habitación pasajera del hombre.

El reciente Proyecto de Ley de Servicios Profesionales elaborado por el Ministerio de Economía que desespecializa la actividad propia de los arquitectos y habilita a ingenieros con competencias en edificación para proyectar y dirigir obras de edificios residenciales, culturales, docentes o religiosos, muestra con claridad la preferencia legislativa por la lógica de lo cuantitativo, fácil de clasificar en tablas, normas y reglamentos que simplifiquen su control. Lo peor de este proyecto legislativo no es su contenido, o la ramplona Regla de Tres argumentada por el Ministerio como justificación: «si un profesional -arquitecto o ingeniero- es competente para realizar una edificación, se entiende que también será capaz de realizar otras con independencia de su uso»; sino la evidencia del desconocimiento de nuestros legisladores sobre las profesiones que tratan de legislar y la involución social que supone el camino de «desespecialización» profesional implícito en dicho Proyecto de Ley. Por no hablar del sinsentido de titulaciones universitarias y años empleados por las personas que cursan una carrera para alcanzar dichas especializaciones profesionales y poder a través de ellas servir a construir una sociedad mejor. Urge una transición normativa hacia la lógica de lo cualitativo. Con permiso de nuestros gobernantes.