Con demasiada frecuencia tendemos a creer que estamos viviendo circunstancias únicas y excepcionales, perdiendo por ello la oportunidad de aprender de hechos ocurridos a lo largo de la historia en otras partes del mundo. Observar ahora a qué nivel situaron los gobiernos estadounidense y británico la cultura al enfrentarse a dos grandes crisis: la gran depresión y la segunda guerra mundial, supone una excelente ocasión de comparar reacciones, prioridades y liderazgos. Comparar aquellos hechos con la tendencia actual generalmente admitida de recortar o casi eliminar el presupuesto dedicado a cultura por parte de los gobiernos y administraciones de este país debería ayudar a reflexionar a las personas que tienen responsabilidad en el diseño de políticas públicas.

Dentro de la política del New Deal impulsada por el presidente Roosevelt para salir de la Gran Depresión existió una activa política de lucha contra el desempleo artístico, creándose dentro del Departamento del Tesoro la Sección de Pintura y Escultura, que impulsó la producción de más de 15.000 obras de arte. También entonces se crearon los programas del Servicio Público de Empleo que permitieron al Gobierno federal encargar obras y servicios a artistas, escritores, músicos, actores y otros creadores e interpretes, lo que generó en la década de los treinta del siglo pasado 45.000 empleos.

Otro ejemplo muy notable lo encontramos en el Reino Unido. Durante la II Guerra Mundial, el Gobierno británico creó el Consejo de Estímulo de la Música y las Artes, impulsando de esta forma un intenso programa de actividades culturales, fundamentalmente escénicas y expositivas, al servicio de los habitantes de las ciudades que estaban siendo atacadas. Pese a las conocidas dificultades de un país en guerra, financiar este Consejo fue una de las prioridades del Gobierno, que en 1942 eligió presidente del mismo a John Maynard Keynes. No puso al frente por tanto a un personaje secundario, sino a unos de los economistas más influyentes del pasado siglo y que de hecho apenas dos años después negociaba en nombre de su país los acuerdos de Breton Woods, en los que se acordó entre otras cosas la creación del FMI y el Banco Mundial.

Finalizada la guerra, el trabajo desarrollado había generado una gran demanda cultural -probando una vez más que en materia de cultura, la oferta genera demanda de forma más intensiva que en otros sectores-, lo que hizo que se tomara la decisión de prolongar el programa, adaptándolo al tiempo de paz y compatibilizándolo con las necesidades de la reconstrucción, que como podemos imaginar eran muchas e importantes. De esta forma, tiene lugar la creación del Consejo de las Artes de Gran Bretaña en 1946.

Keynes partía de la consideración de que el arte necesita subvenciones porque es inimaginable que el riesgo que supone la innovación en este campo sea asumido por el mercado. La idea de partida era que la cultura había estado financiada en el pasado por la aristocracia para ponerla a su servicio y debía pasar a estar financiada por el Estado para extenderla a todos los ciudadanos.

Aún hoy, aunque en el Reino Unido tanto las empresas como los particulares se benefician de exenciones fiscales por ayudar a la financiación de la cultura, esas donaciones solo supusieron en el año fiscal 2009-2010 el 16% del gasto, mientras que las diversas administraciones públicas aportaron el 44% de los fondos.

Como respuesta a la actual crisis, en nuestro país se han reducido al mínimo las partidas destinadas a cultura, se han eliminado programas, proyectos y empleos, se ha subido el IVA cultural hasta el doble de la media de los países de la UE, se mantienen sin programación muchísimos espacios culturales y se han parado proyectos de recuperación del patrimonio histórico.

El hecho de apostar por la cultura aún en tiempos de crisis depende de la consideración que se tenga de la cultura: de si entendemos que los recursos que destinamos a ella son un gasto o una inversión; de si valoramos exclusivamente la rentabilidad económica inmediata olvidando el impacto social y educativo de la cultura. En definitiva, si se piensa bien, la consideración que tengamos sobre la cultura en realidad depende de la consideración que otorguemos a las personas y de si se les trata como meras máquinas de generar, ganar y gastar dinero. Estamos hablando por tanto de convicciones que determinan las prioridades y se reflejan en las decisiones políticas. De esta forma hay que analizar lo que sucede con la Biblioteca de San Agustín, el Auditorio, el edificio del Astoria y lo que es más graves con muchos proyectos de proximidad, participación ciudadana y apoyo a los creadores.

*Rafael Burgos Lucena es gestor cultural y presidente de la Asociación de Gestores Culturales de Andalucía (GECA)