Cuando un trágico acontecimiento te hace despedir la Navidad con una patada en la boca, rápidamente se intentan establecer paralelismos con otros de igual índole, ya que los hechos -como las canciones de Estopa-, están destinados a repetirse. Es el caso de la Semana Santa. En el imaginario colectivo revoloteó por un momento que un accidente como el que le costó la vida a un pobre chaval podría suceder perfectamente con los tronos en la calle.

La falta de seguridad en la semana capirotil, es un tema que está sobre la mesa desde hace años. Carretería, procesiones por calles poco recomendables a unas horas que lo son menos, que si los niños dando vueltas por el recorrido oficial, encuentros multitudinarios donde «cualquier día ocurre una desgracia». Pero nunca pasa nada ya que, como diría el ilustre cofrade checo-lituano Sêpecer Trajftitovski, «la bulla es inteligente y tiene sus propias reglas».

Debemos estar tranquilos, en ausencia de incidentes el político responsable -risas otra vez- sacará la espalda para recibir las pertinentes palmaditas y en caso contrario levantará el dedo para indicar de quien ha sido la culpa. La oposición, en un alarde de saber estar dirá aquello de «Denoto (¡toma ya!) que el partido tal no busca soluciones»; y para rematar saldrá el concejal competente -risas de pipí- para decir que la seguridad es cosa de los voluntarios, que además no cobran y salen económicos.

Esperemos que el «nunca pasa nada» se haga efectivo en la próxima Semana Santa, que los padres no suelten a los niños en el recorrido oficial mientras pasan caballos, que la policía no se dedique a empujar en un encierro, que a ningún iluminado se le ocurra hacer un remake del Jumanji miarma del año 2000 o que el quinqui de turno saque una pistola en una salida, porque como ocurra, la culpa la va a tener El Berruguita. Lo estoy viendo de venir.