Eso digo yo: por qué Filosofía. Tal vez sea prescindible en la sociedad que vivimos. Parece que preferimos teléfonos «inteligentes» antes que personas listas, información en abundancia antes que sabiduría, «wikipédicos y googlerianos» de opiniones fugaces antes que gentes reflexivas en la soledad lenta. No lo sé. Tal vez me equivoque. A lo mejor la Filosofía perdió su lugar frente al magnífico avance de la Ciencia y la Tecnología dentro del círculo económico de mercado. No puedo poner en duda la utilidad benéfica para la Humanidad de todas estas disciplinas. Sólo dudo de la unidimensionalidad complaciente que determina al mundo contemporáneo a una sola perspectiva de razón única. Sin embargo, desde los reductos de intelectualidad hace ya mucho tiempo que reconocen este error. Pero por algún extraño complejo no lo dicen o no son escuchados.

Después de darle muchas vueltas sólo encontré una forma de responder a este por qué de la Filosofía. Y esa respuesta es desde mi vida, escribiendo sobre algunas ideas que forman parte de ella. Así, con el paso de los años fui comprendiendo con Sócrates la fuerza de la palabra hablada que busca la Verdad, sabiendo, sin embargo, que la confrontación sofística y relativa obliga a batirse en retirada sin alcanzar el objetivo. Platón me advirtió del origen esencial de todas las ideas que busco como forma de conocimiento universal. Él es el origen de «la arqueología del saber» occidental, que diría Foucault. Con Aristóteles comprendí que, al igual que la filosofía primera, la metafísica, las cosas más importantes valen por sí mismas y no por su utilidad. Por eso, la Filosofía es totalmente inútil pero por ello mismo de una dignidad humana inigualable, imprescindible para aquellos que quieren vivir advertidos de su propia vida. Las filosofías helenísticas y romanas del epicureísmo, estoicismo y escepticismo con la búsqueda de la ataraxia o paz de espíritu me llevaron al lejano Oriente del taoísmo y Zen-budismo que, junto con el bueno de Schopenhauer y su comprensión de los textos védicos de los Upanishad, me adiestraron en el conocimiento de la eliminación del deseo y la voluntad insatisfechos para degustar y sentir las cosas en su momento preciso y en su presencia inmediata sin más allá que el momento del aquí y ahora, la nada, olvidando el frenesí del tener y el querer. Pero sin olvidar jamás el proyecto humano en el que tanto insistió Ortega y Gasset como forma de englobar el «yo y mi circunstancia», construyendo mi vida futura en cada uno de mis sueños. S. Agustín me invitó a mirar dentro de mí en busca de la Verdad Trascendente, me enfrentó a la Teología y la doctrina cristiana de la que todos somos deudores en su raíz ética y me puso en camino de comprender a los padres de la Iglesia y a los teólogos escolásticos que guardaron el saber para devolverlo a Occidente con un sello que, para bien o para mal, quedó entre nosotros. Hasta el más ateo es cristiano desde el punto de vista cultural, dijo una vez Jose Antonio Marina. Tomás de Aquino muestra que el camino humano del conocimiento no puede remontarse en una cadena infinita de causas. Bien le hubiera venido a nuestra sociedad entender esto y no pensar que los recursos y crecimientos económicos no tienen fin. Así nos vemos ahora como nos vemos. Más adelante renací con los grandes padres de la Ciencia. Sobre todo con Galileo y su nuevo lenguaje para conocer la realidad: la Matemática. Me estremecí con Maquiavelo y su realismo político tan en boga en nuestros días aunque no lo sepamos. Reconozco en los filósofos ilustrados y modernos a los constructores de nuestra sociedad racionalista. De hecho, Kant, Hume, Descartes, Locke€ son los precursores de la época que vivimos con su excesiva fe en la razón y que alcanzó su máximo apogeo en Hegel. Este filósofo la llevó a extremos explosivos dando pie al marxismo materialista que estableció con acierto la naturaleza del hombre en el trabajo y a Nietzsche, quien me advirtió de que no me preocupara porque lo que no me mata, me hará más fuerte. El irracionalismo me alertó frente a los sueños de la razón, sus errores, indicando nuevas dimensiones del ser humano, negando su erección como única alternativa, tal como afirmara Marcuse. Vació la existencia de esencias que Heidegger supo materializar en su olvido del ser por una sociedad basada sólo en entes. El existencialismo, entonces, me animó a tomar las riendas de mi vida, a construir mi existencia, llenándola si era preciso de ideas o esencias. Entonces recordé de nuevo a Platón y vuelta a empezar. Con ellos, los materialistas, neopositivismas, lingüistas y cientificistas y sus obsesiones por las Filosofías de la Ciencia y la Cultura, animaban a mirar hacia un nuevo hombre con diferentes facetas psicológicas y sociales. Todos me aportaron una seria crítica a la cultura que terminó en la sospecha y la diferencia ante la herencia ilustrada. Y entonces muchos de esos planteamientos anteriores cayeron a mis pies, destrozados y exigiendo una nueva reconstrucción (que no deconstrucción que diría Derrida). El presocrático Heráclito me animó con su devenir irracional contrapuesto al ser parmenídeo. De nuevo una revolución intelectual con Foucault, Derrida, Deleuze, Lyotard y la «razón elusiva»€Y apareció la reflexión encarnada de Unamuno que, junto con todo lo anterior me permitió mirar la tradición y descubrir la racionalidad en lucha, la confrontación de opuestos que es nuestra vida y, además, sin resolución posible€

Esto y mucho más me da la Filosofía cada día. Yo sí sé de su por qué. Pero ni derechas ni izquierdas, ni arribas ni abajos la toman en serio. Poco da ya al ser humano. No es tangible, más bien abstracta y con poco sentido, dirán. Ellos verán lo que hacen. Quién sabe si los que vivimos con ella y nos dedicamos a ella no sabemos defenderla, cegados por ideologías y perdidos en divisiones partidistas. La Filosofía debe estar por encima de todo esto. Tal vez no hemos sabido mostrar que la Filosofía vive con nosotros, que enseña por qué pensamos lo que pensamos, es la Historia de las ideas que de un modo u otro marcan nuestras vidas, la de cada uno de nosotros y las de las sociedades enteras.

Cada sabio sabrá por qué guarda silencio, por qué Filosofía.