Los partidos políticos son hoy día muy criticados por considerar que sus estructuras, su funcionamiento y sus procedimientos de toma de decisión son, cuando menos, opacos y que responden a intereses partidistas alejados de los intereses de la ciudadanía.

Como una firme defensora de los partidos que soy, porque creo que son un instrumento fundamental (aunque no exclusivo) para garantizar la participación política ciudadana, también defiendo que deben acometerse las reformas internas necesarias para que hagan frente a ese tipo de críticas y a la desafección que sufren. En este contexto, entiendo que una cuestión fundamental a plantear es el papel que la persona que milita ha de tener dentro de ellos.

Se afirma que las personas de izquierdas son críticas por naturaleza, que no se puede ser progresista sin cuestionar el status quo con el objetivo de que la sociedad sea más solidaria, justa, equilibrada e igualitaria. Y hay quienes, partiendo de tal afirmación, argumentan que resulta difícil conjugar tal naturaleza con la militancia en organizaciones políticas, es decir, que con la aceptación de unas normas, más o menos genéricas, más o menos consensuadas, que implican asumir que ese espíritu crítico se supedite a la opinión colectiva, a lo que el partido hace o dice que hay que hacer.

Y, ciertamente, puede resultar complejo sobre todo si no se asume que la cuestión no está en callar lo que en cada momento te dictan tus principios éticos o tu ideología, sino en hacer esa crítica internamente, que es lo que no se hace demasiado a menudo en los partidos y que, lejos de ser la forma más adecuada o paradigmática de militar es la degeneración de la militancia y, por ende, de la organización. Dicho de otro modo, que es deber inexcusable hablar internamente lo que parece aconsejable callar públicamente.

Callar en una organización política de izquierdas pone de manifiesto, por un lado, un miedo que debería ser ajeno a una persona crítica y que se supone que le ofrece a la sociedad nada más y nada menos que transformar el mundo en el que vive. Y callar también es la forma más directa y efectiva para generar dinámicas de sumisión que son el mejor caldo de cultivo donde florecen el sectarismo y el cainismo que suelen impregnar las estructuras poco democráticas y escasamente participativas, en donde lo que se premia es la obediencia al líder (ni siquiera puedo decir lideresa, aunque ya me gustaría) y la aceptación irremediable de cualquier cosa que imponga el aparato.

En mi opinión, militar en una organización o partido realmente democrático debe implicar el ejercicio continuado del deber de decir y del derecho a no callar. Es decir, el compromiso se ha de traducir en criticar y en poner en cuestión, eso sí, en un ejercicio de debate constante y de búsqueda de consensos, en el desarrollo de los principios comunes tanto de la propia organización como de los planteamientos políticos.

A mi juicio, militar implica, por tanto, que por más que nos gusten o no aspectos concretos de la acción política de una organización, de sus decisiones colectivas, o de las declaraciones de quienes la dirigen, manifestar las opiniones con respeto y sin recurrir a fórmulas como las redes sociales, o incluso los medios de comunicación tradicionales, que demasiadas veces degeneran los procesos al provocar más ruido y confusión que otra cosa.

Claro que militar no es solamente exponer nuestra propia opinión. Significa también estar al día en lo que se presenta desde el partido, como trabajar las propuestas y hacer aportaciones, al igual que ir a sus actos siempre que la agenda laboral y personal lo permita, apoyar a compañeros y compañeras sin excepción de bando, corriente o sensibilidad y, en definitiva, mostrarse, ser, estar, opinar, posicionarse, tejer redes€ Todas estas cosas o alguna, pero no las contrarias.

Y militar debe ser también una cuestión de sentimientos, de querer a tu partido, respetando profundamente su existencia como un instrumento que es, y muy necesario, al servicio de la ciudadanía para construir una sociedad mejor. Es por eso que, en definitiva, militar obligue a ser coherente y a mantener un equilibrio imprescindible entre que el partido te duela y el dolor que conlleve perder una parte de la libertad individual como requisito de la militancia.

*Meli Galarza es miembro del Comité Federal del PSOE