No amigos futboleros, no me refiero a la bestia. Me refiero al gran antequerano Vicente Moreno Baptista, aquel guerrillero que hace 204 años puso freno al ejército napoleónico desde Sierra Morena hasta Málaga, el mismo que antes de morir en el garrote dijo «el honor de un patriota español no se vende».

Con Moreno Baptista la historia regaló a España y a Málaga un referente difícil de olvidar, y eso que han sido muchas las guerrillas que desde Viriato trufan las enciclopedias. Las hay denostadas como las FARC, el Viet Cong, Mohammed Abdelkrim o los recientes piquetes informativos. También hubo guerrillas tan amadas y épicas que han sido llevadas al celuloide como las protagonizadas por los partisanos, el Ché Gevara, Robin Hood, Lawrence de Arabia, Pancho Villa o los 300 de Esparta. Pero todas ellas tienen en común que despiertan cierto grado de simpatía por evocar el bíblico enfrentamiento de David contra Goliat.

Al igual que en 1808 el dolor de la población por las exigencias de manutención de las tropas francesas originó numerosos incidentes que desembocaron en los primeros levantamientos, a día de hoy, el sistema financiero urdido por un Leviatán internacional que oprime al administrado ha hecho revivir la guerra de guerrillas sacando a los ciudadanos a las calles. Actualmente existen movimientos que cuentan con el beneplácito del público como Greenpeace, los indignados o la plataforma Stop Desahucios, y otros que generan el repudio del respetable como los violentos anti-sistema que se esconden tras una fachada de reivindicación cuando lo único que buscan es el caos.

Cada vez son más los grupos de personas que, movidos por un espíritu de supervivencia, han optado por organizarse espontáneamente para luchar contra la injusticia. Algunos se enfrentan en los juzgados como el marroquí que ha tambaleado el sistema hipotecario español, otros optan por la filantropía y luchan calladamente colaborando con Cáritas o el Banco de Alimentos. También existe la resistencia pasiva de quien se encadena a un portal para evitar que una madre sea despojada de sus hijos o que un anciano sea abandonado a su suerte, y no podemos olvidar a todos aquellos que deciden sacar sus ahorros de los bancos o las crecientes plataformas cuya única arma es su voz en grito.

La semilla de estas nuevas guerrillas urbanas surgió de la nada, como una palabra que se lleva el viento, como un eco lejano, pero lo cierto es que el ciudadano que opinaba desde el sofá se ha levantado uniéndose a la causa, se ha desempolvado los complejos, ha vencido al qué dirán y ahora le quita el material escolar a su hijo para hacer su propia pancarta.

Estas molestas hordas de guerrilleros que hostigan al todopoderoso están formadas de familias enteras, comunidades de vecinos o compañeros de trabajo. No importa condición, raza, creencia o sexo, nos estamos levantando uno a uno bajo la misma necesidad, hacernos oír y ostentar una calmada desobediencia civil.

Quizás olvidan los gobiernos que el enemigo más peligroso es aquel que no tiene nada que perder, y la soga cada vez aprieta más. También olvidan los legisladores que el ius cogens glosado en la Convención de Viena en 1969 no solo es de obligado cumplimiento erga omnes, sino que ampara los intereses y derechos fundamentales de todos los ciudadanos, y como bien supremo a proteger surge la propia humanidad. Entre los crímenes contra la humanidad se encuentran tipificados los crímenes económicos, que fueron diagnosticados por el premio Nobel Gary Becker y definidos por la Corte Penal Internacional como «cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quien los sufre, cometido como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil».

El grave sufrimiento y la insalubridad mental que los invisibles entes económicos están infringiendo merecen una valiente respuesta con nombre y apellidos, porque como dijo el gran Capitán Moreno Baptista, el honor, el hogar, el trabajo, la felicidad de un español, no se vende.