Una fotografía es siempre una delación. Delata ya al que la busca, esa gente que asoma la cabeza persiguiendo al foco, o esa otra que se viste para la foto (como estos días algunos respetables jueces con tocado fashion). Delata también los gestos feos que la velocidad de la imagen encubre, las miradas demasiado intensas, la anatomía que se disimula. Delata, sobre todo, nuestro propio pasado, que de pronto regresa indemne en una foto, como la de Núñez Feijoo en el dichoso barco. Nada grave, supongo, sólo la ligereza de tantas relaciones ambiguas, pero, atención, ¿no era acaso la ambigüedad el medio ambiente de los traficantes? Sólo un relato completo, circunstanciado y sincero borraría esa foto para siempre, pues el problema de un instante captado y detenido es que deja fuera de foco todos los demás, y en esa blancura sin imágenes la gente se pone a imaginar lo que seguramente

no hay.