Un par de fotos de hace un par de décadas en las que comparte yate y ocio con un popular contrabandista de la Ría de Arousa han puesto estos días en aprietos a Alberto Núñez Feijoo, presidente de Galicia al que los votantes dieron meses atrás su segunda mayoría absoluta. Queda demostrado, una vez más, que la navegación en yate es una actividad de alto riesgo.

Puede dar fe de ese peligro el anterior vicepresidente nacionalista de la Xunta, Anxo Quintana, retratado también a bordo de una de estas naves de placer junto a un prominente empresario que, al parecer, había obtenido contratos del Gobierno al que pertenecía su huésped. Se dice que aquella foto le costó un buen puñado de votos y acaso la derrota en las elecciones a Quintana y al ejecutivo bipartito del que formaba parte con el PSOE; pero no conviene llevar demasiado lejos esa especulación. Tal vez otros motivos menos anecdóticos y de mayor fundamento influyesen entonces en el cambio de opinión del electorado.

Tampoco es seguro que esta otra foto de Feijoo con Marcial Dorado vaya a truncar la carrera política del presidente o a comprometer, cuando menos, el supuesto estatus de sucesor de Mariano Rajoy que se le atribuye en los corros de la Corte. Feijoo es un aseado tecnócrata que dejó fama de buen gestor en los cargos que ha desempeñado hasta ahora. Cierta o no, quizá esa circunstancia ayude a explicar el hecho -más bien inusual- de que el actual presidente de la Xunta haya revalidado cómodamente su mayoría absoluta en medio de una crisis que no para de tumbar gobiernos en toda Europa.

Pero una foto es una foto, claro está. Mayormente, si el que queda retratado en ella junto a malas compañías es uno de los pocos dirigentes del partido conservador que destacó por sus críticas a Bárcenas y a la corrupción en general, frente a la tibieza con la que sus superiores afrontaron el asunto. De ahí que los más suspicaces atribuyan la filtración de esas incómodas imágenes a algún o algunos de los agraviados entre sus propias filas, deseosos tal vez de truncar la carrera de Feijoo hacia el estrellato. Ya Churchill aconsejó en su día guardarse de los compañeros de partido, en el cabal entendimiento de que suelen ser mucho más peligrosos que los de la bancada de enfrente.

Apela Feijoo en su descargo a la ingenuidad que le llevó a creer que su compañero de navegación había dejado ya el contrabando durante la época en que ambos compartían yate y fines de semana. Por la misma razón, podría haber acudido a la ley de probabilidades.

Estadísticamente, desde luego, la posibilidad de que a uno lo fotografíen en compañía de un contrabandista es mucho más elevada en Galicia -o en Gibraltar- que en cualquier otra parte de la Península.

Ya cuesta algo más creer que el joven Feijoo no frecuentase la lectura de los periódicos que entonces detallaban la vida y milagros (económicos) de Marcial Dorado, famoso industrial del tabaco rubio de batea; pero cosas más raras se han visto por las rías galaicas.

Mejor les hubiera ido en todo caso a Feijoo y, en su día, a Quintana, si imitasen a ciertos indígenas del Paraguay que se niegan a ser retratados bajo la creencia de que el autor de una foto les roba con ella el alma. Peor aún que eso, a Feijoo podrían haberle robado ahora la imagen de político sin tara. Son los riesgos propios de la navegación en yate y con fotógrafo a bordo.