"El fútbol es popular porque la estupidez es popular". Esta frase tan desdeñosa es de un genio universal de la literatura: el argentino Jorge Luis Borges, quien no ocultó durante su vida el odio africano que sentía por el deporte del balompié, al que ridiculizaba describiéndolo con el viejo tópico de los enemigos: veintidós imbéciles corriendo tras una pelota.

En cambio, el escritor y filósofo francés Albert Camus, gloria del pensamiento y las letras francesas, Premio Nobel de Literatura 1957, afirmaba con rotundidad y muy convencido: «Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol». Camus había jugado al fútbol durante años en el Racing Universitario de Argel. Quiso volver a calzarse las botas en Francia, en 1940, pero «antes del primer tiempo tenía la lengua fuera». Entonces fue cuando acuñó su famosa frase de lo que había significado el fútbol para él.

A Umberto Eco no le hace mucha gracia el fervor multitudinario que rodea al fútbol. No llega a odiarlo, dice, pero sí a sus fanáticos. Yo creo que lo que le paso al autor de «El nombre de la rosa» es que no le gusta nada este deporte convertido en espectáculo, pero no lo dice abiertamente porque teme que sus seguidores futboleros huyan de la obra de alguien que detesta algo tan grandioso como el fútbol.

Algunos renombrados escritores españoles demuestran, en cuanto tienen ocasión, que adoran el fútbol. Y que, como buenos aficionados, tienen sus colores. Javier Marías, uno de nuestros más prestigiosos novelistas de fama mundial, merengón hasta las cachas, ha despotricado públicamente contra los caprichos de José Mourinho, alineándose así en las legiones de aficionados que discrepan o están de acuerdo con el polémico entrenador portugués. Para Manuel Vázquez Montalbán, culé irredento, «el fútbol me interesa porque es una religión benévola que ha hecho muy poco daño». El autor catalán inspiró al escritor italiano Andrea Camilleri en el personaje central de la celebrada serie televisiva «El comisario» protagonista al que apellidó, en su nombre, Montalbano. Como soy fan de la serie, espero que algún día el sagaz Salvo Montalbano hable de fútbol, aunque sea del fútbol italiano.

Rafael Alberti hizo una gloriosa oda al portero azulgrana Platko cuando éste se lesionó en un Real Sociedad-Barcelona. Miguel Hernández cantó con versos del pueblo a un guardameta anónimo y heroico que halló la muerte en los palos de su meta. Y aunque Borges insistió con otra frase hiriente: «El fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra», lo cierto es que los Nobel Mario Vargas Llosa y Camilo José Cela han elogiado el fútbol. Y cierto es también que el poeta Luis García Montero ha recopilado en un libro titulado «Un balón envenenado» ochocientos versos en los que poetas y escritores de toda procedencia -incluyendo al maestro Manuel Alcántara, nuestro genio malagueño-, reconocen que el fútbol, como dice un gran escritor cuyo nombre me reservo, no es sólo un sentimiento, sino algo más que un sentimiento.