Proliferan los mendigos en las esquinas, en los vagones de metro, en las puertas de las iglesias. Dado su crecimiento exponencial, piensa uno que podríamos acabar todos con la mano extendida en el semáforo, frente al que se detendría de vez en cuando un automóvil negro, con los cristales tintados, donde viajarían el ministro o la ministra de trabajo. Tener un ministerio de trabajo en estos momentos es un lujo, como disponer de un cuchillo excelente de jamón en una casa donde este lujo es prohibitivo. Pero bueno, estamos exagerando porque somos muy alarmistas y porque hemos leído mucha ciencia ficción. Leer no siempre es bueno, a veces te pone en guardia acerca de peligros imaginarios. Claro, que esta crisis, relatada por alguien hace solo ocho años, habría parecido una locura del autor. No se habría vendido entonces por inverosímil y no se vende ahora porque produce angustia. Como decían nuestros padres, yo no voy al cine a sufrir, que para eso ya está la vida.

La vida te coloca en situaciones desgarradoras. ¿A quién ayudo con la cuota de solidaridad que todavía, en mi situación, puedo presupuestar? A qué mendigo, de los quince con los me tropiezo de aquí al centro de la ciudad, socorro con el euro diario dedicado a estos menesteres. Y hablamos de mendigos por no hablar de las grandes organizaciones dedicadas a la solidaridad. Las ONG, sin ir más lejos. Abres el periódico y tropiezas con un anuncio a toda página en el que dice que si marcas un número de cuatro dígitos, acompañado de una palabra equis, puedes salvar de morir de parto a una mujer en Guatemala. El gesto te sale por un euro con veinte céntimos.

Marcas el número, a ver qué vas a hacer, aunque solo sea por la sensación de poder que proporciona el hecho de que apretando un botón aquí, deje de morirse alguien allí. Significa que todavía estamos a favor de la vida. Un loco de la ciencia ficción diría que no están muy lejos los tiempos en los que, marcando un número junto a una palabra, mates a alguien que vive a siete mil quilómetros. De algún modo, ya lo hacemos, lo hacen, quienes con un solo clic de móvil compran o venden una cosecha de cereales que aún no se ha sembrado.