A finales de mayo y principios de junio se produce en estas latitudes una eclosión de bambúes. No en vano es la planta que tiene el proceso de crecimiento más veloz del planeta. Suben hacia el cielo cada día, envueltas las sucesivas secciones de sus tallos por vainas que recuerdan la capa sedosa de un puro cubano. Intento leer siguiendo su ritmo. He comenzado -por tercera vez- La piel de Curzio Malaparte. La primera vez que la leí fue en inglés. The Skin. Hace ya muchísimo tiempo. Era una incómoda edición de bolsillo norteamericana, en aquel malísimo papel de la posguerra, con textos demasiado apretados, a lo largo de páginas quebradizas y tostadas. Eso sí. Por ser un libro editado libre de censuras, pude identificar tijeretazos, recortes y podas que me encontraría más tarde en la versión española, La piel. Sobre todo en el capítulo dedicado a la virgen de Nápoles, muy castigado por la censura franquista. Había visto esta obra la luz del día con no poco escándalo en Italia en 1949. El Index Librorum Prohibitorum la incluyó en sus listas. Tuvimos que esperar los lectores españoles hasta los comienzos de los años sesenta. El relato que Curzio Malaparte hizo de los horrores de la realidad cotidiana en Nápoles en los tiempos posteriores a la caída del fascismo italiano tuvo forzosamente que desagradar a los primos hermanos ideológicos en nuestro propio Fascio.

Confieso que me deslumbró la lectura de aquel libro en nuestro idioma. Estaba traducido con un español en estado de gracia. Sobre todo tenía fuerza y viveza. A aquella visión de la ciudad de Nápoles y su mundo, ocupada por ejércitos extranjeros, le iba bien el español. Como le iba bien éste a las descripciones que nos ofrecía Malaparte de los protagonistas de aquella tragedia, los napolitanos. Arruinados, envilecidos y traicionados por sus dirigentes, en un entorno desintegrado por las sucesivas catástrofes a las que el fascismo había llevado Italia. Busqué el nombre del autor de la traducción: M. Bosch Barrett. Después supe que la M correspondía a Manuel. Mi ejemplar de La piel, que Plaza & Janés editó en 1963, sigue estando en muy buen estado de conservación, como dicen los libreros. Desde hace muchos años, le otorgo respetuosamente a este libro los máximos honores domésticos del buen emplazamiento, «el pride of place» de los ingleses.

Con el tiempo fui consiguiendo algunos datos sobre don Manuel Bosch Barrett, ese traductor portentoso. Por sus obras, vemos que fue también un excelente autor. Había nacido en 1895 en la localidad catalana de Centelles. Abogado y escritor, fue un notable y cultísimo políglota. De ascendencia británica por su madre, dividía con respeto y afecto sus querencias entre España, Cataluña y el mundo de habla inglesa. Lector insaciable en muchos idiomas, viajó y se entendió sin problemas por todo el mundo. De presencia amable y nunca pasiva en el Ateneo de Barcelona, fue persona notable en la vida cultural de la Cataluña de aquellos años, a veces inquietantes, anteriores a la Guerra Civil.

En 1935 la República le encomendó la misión de presidir el Tribunal Mixto Internacional de las Nuevas Hébridas. Vanuatu en la actualidad, un exótico archipiélago perdido en la inmensidad del Pacífico, foco de añejas rivalidades territoriales entre el Reino Unido y Francia. Sus vivencias quedaron reflejadas en Tres años en las Nuevas Hébridas, un muy atractivo libro de viajes publicado en 1943. Con un horizonte literario sin futuro por sus antecedentes republicanos, se dedicó don Manuel Bosch hasta su muerte en 1961 a la traducción. Gracias al patronazgo de don José Janés, el legendario editor catalán. Y ahí tenemos su legado: treinta y siete traducciones espléndidas al español de algunas de las obras más importantes de la literatura del siglo XX. Hago una pausa en la escritura, ya en la recta final. Miro por la ventana. Parece que los bambúes han crecido unos milímetros más. Dios sea loado.