En la peor pesadilla de los industriales catalanes, los antisistema se adueñaron el pasado jueves del Liceo barcelonés. Desde las butacas y palcos que habían usurpado, los intrusos procedieron a increpar a Felipe de Borbón y Letizia Ortiz. Los Príncipes de Asturias eran los invitados de honor y acabaron convertidos en los auténticos protagonistas de la función, con Donizetti de telonero. El recinto es el mensaje, y la liberalización del Gran Teatro renacido de las llamas no incluía la admisión de rastas. Mayúsculo desconcierto en una sala de conciertos, más económicos que musicales por los negocios allí cerrados.

No es tan grave que un colectivo determinado considere que tiene motivos para abuchear a sus reyes futuros, como que se ignore el motivo exacto que propicia el abucheo. Hay que vigilar la tentación de tildar la bronca de extemporánea, porque supone admitir que está justificada en ámbitos más plebeyos. Sin embargo, la palabra Liceo es capital en las muestras de desaprobación hacia el Príncipe de Asturias y Príncep de Girona. Un acto destinado en exclusiva a la cantarina revista ¡Hola! salta a las páginas de sucesos. El exabrupto de la alta sociedad catalana ha colapsado a la opinión pública -hoy redes sociales- porque resulta tan inexplicable que se hace acreedor de todas las disculpas. Dos mil melómanos no pueden estar equivocados.

Habitualmente, las audiencias operísticas patean las representaciones vanguardistas. Al enfrentarse al núcleo de la tradición monárquica que anima el selecto espectáculo musical, delatan un descontento radical, cuya expresión está más clara que sus causas. Si la indignación ha llegado al Liceo, casi todo está perdido. El espectador situado en el exterior de Gran Teatro contempla el abucheo a los Príncipes de Asturias como si fuera un conflicto intestino entre la alta burguesía y su máximo paladín. El ruidoso imprevisto demuestra la transversalidad de la desafección creciente hacia la Corona, cuyas funciones simbólicas le prohíben los exiguos índices que recogen hoy el Parlamento y los partidos políticos .

El sobrevalorado escrache no es el mayor problema al que se enfrenta la clase política, de la que forma parte el heredero según acaba de decidir la élite catalana. Los abucheos a los príncipes de Asturias en uno de los recintos más elitistas de España confirman que el problema de la Casa del Rey no se ciñe a Urdangarin y Botsuana. Se ha concedido un poder excesivo a infantas y elefantes, al asociarles en exclusiva la erosión de la imagen regia. Se creyó conjurar el mal por el expeditivo procedimiento de etiquetarlo. La obstinación de La Zarzuela -de la que forma parte el Príncipe- en soslayar medidas quirúrgicas al escándalo empeora la situación. Felipe de Borbón puede estar disgustado por la continuidad de personajes impropios como el imputado García Revenga en el staff palaciego, o por el mantenimiento de los derechos sucesorios de Cristina de Borbón, pero el enfurruñamiento principesco no basta para ganarle la simpatía que su hermana se cobró en millones de euros. A lo sumo, resalta la debilidad de un heredero incapaz de imponer sus criterios.

Felipe de Borbón está acostumbrado a los abucheos en foros universitarios o nacionalistas, pero una ópera resulta más inaudita para el estruendoso ceremonial vituperador que un templo religioso. Los equilibristas resaltarán que las muestras de hostilidad en el Liceo se compensarán con los vítores a la pareja en el Teatro Real de Madrid, donde sólo se protestan los excesos de Gérard Mortier. Sin embargo, la disparidad agrava la situación del príncipe que aspira a arbitrar pasiones encontradas, por no hablar del abismo entre ambas ciudades. La cacareada Ley de Transparencia, que por lo visto no afectará a la ministra Ana Mato, tampoco mejorará por sí sola los males de imagen que aquejan hoy a la Familia Real.

En el Liceo, la disfunción se impuso a la función. La singularidad de la protesta oscurecerá el dato crucial de que Letizia vestía un traje demasiado veraniego para los rigores primaverales en curso. La princesa no acertaba con el semblante propicio para la ocasión, en aquel trance debió suspirar por los tiempos en que aparecía en la parte del telediario donde se informa de los abucheos a los demás. Reinar se pone cada día más difícil. Duros tiempos, en que un príncipe se ve acosado en el desempeño de su tarea como si fuera un trabajador castigado por la legislación laboral de Rajoy.