Nueve de la mañana en El Palo. Sábado 1 de junio. La plantilla del modesto club malagueño se sube al autobús del ascenso a día y medio de poder hacer realidad un sueño. Por delante, 800 kilómetros: cruzar casi toda la piel de toro hasta Burgos e intentar romper las quinielas en El Plantío, frente a un histórico ahora en Tercera. Hacer valer el 0-0 del fin de semana anterior no será una tarea ni mucho menos cómoda. Como no lo son estos largos trayectos justo antes de saltar al terreno de juego. Es el otro fútbol. El que suple las carencias por ese regusto insuperable que te da poder hacer de «matagigantes».

A quienes adiestró Pablo Guede hasta febrero y ahora están a las órdenes de Daniel Pérez, por las circunstancias de la actual crisis del balompié más modesto, ya les tocó viajar a Melilla sin apenas respiro. Fue hace menos de un mes. Se jugaban, ante el filial del equipo representativo de la ciudad autónoma, asegurarse un puesto en esta fase de ascenso en la que aún no han dicho su última palabra -pese a caer ayer como valientes frente al cuadro burgalés-. Nos narraban horas antes de viajar cómo iba a ser su programa dominical y costaba asimilarlo: «Volamos a las diez, por eso hemos retrasado el partido unos minutos después de las doce del mediodía, y cogemos el vuelo para Málaga a las tres de la tarde».

Sobre el césped melillense hubo victoria y fiesta en la terminal de embarque. Y ayer casi se repitió la historia contra un rival que no tiene ni idea de cómo se organizan estas aventuras. Sí que saben de aprietos algunos de sus mejores hombres, como el mediocentro argentino Nico Chietino, que vivió estrecheces y alguna que otra alegría en el Marbella. Pero ésa es otra historia. El Burgos, con todo merecimiento, ya es equipo de Segunda B. Pero su expediente está manchado, por culpa de un cuerpo técnico de los que emborronan todo el esfuerzo de una plantilla.

Calderé, de contrastada trayectoria como futbolista de la máxima categoría -una cosa no quita la otra-, no merecía ayer subir de categoría. El técnico tarraconense calentó sin justificación alguna la «guerra» contra uno de los campeones de Tercera de menor presupuesto. Lo hizo en la ida, aunque a través de su segundo. Y tomó el micrófono en primera persona ante el decisivo duelo en El Plantío. Encendió las iras de una afición entregada a unos colores y la rabia de unos futbolistas que sabían de su potencial, por muchas horas de camino que les separasen de la gloria.

El Palo pisó tierras burgalesas de forma muy diferente a como su rival había aterrizado en la Costa del Sol. Los ayer locales viajaron con todas las comodidades posibles, en una miniconcentración que incluyó hasta entrenamiento en la víspera, sobre el sintético de Cártama. A los espartanos malagueños, sin embargo, apenas les dio tiempo a disfrutar de las «vistas» de alguna que otra área de servicio de la Autovía del Norte, la famosa A-1.

Todo eso queda aparcado cuando empieza a rodar el balón. O no. Porque seguro que al capitán paleño, Jesule, no le había hecho ni pizca de gracia que Calderé le hubiese puesto en el punto de mira -le acusó de haber merecido la expulsión en el choque de ida-. Porque desde la grada hombres de club como Fendi tenían también contenida mucha rabia. Era difícil el reto de tener que asaltar uno de los feudos más complicados de la categoría en toda España, con esos 90 puntos que como balance de la Liga regular presentaba el Burgos. Pero no era una empresa imposible. Servía el empate a cualquier tanto para ascender.

Y se acarició la proeza. Gerrit empató por dos veces el tanteo. La segunda, con Aranda ya expulsado. Hasta el minuto 74 El Palo estaba en Segunda B. Y justo ahí había que mirarle la cara a Calderé. El de las bravuconadas. El del miedo en el cuerpo durante toda la semana. El que ayer tenía mucho menos que celebrar.