Cuando nos instalamos en el lado de la luz, todo cambia. Toda la perspectiva se vuelve optimista. La luz es como un beso, es agradable, y nos potencia la autoestima. Las chicas miran a los chicos y los chicos a las chicas. Todos nos sentimos almas admiradas, deseadas€, parte esencial de un todo que conspira a nuestro favor. En este estado de ánimo, los «érrimos» que brotan de nuestro interior son luminosos, así, los turísticos, bañados de luz, nos referimos a nuestras habitaciones y casas, a nuestros barrios y pueblos, a nuestras provincias y autonomías, a nuestros países y continentes, a nuestro planeta y a nuestro sistema solar€, a todos los universos turísticos conocidos y por conocer, como pulquérrimos, por ser los más pulcros en nuestras cosas; salubérrimos, por ser los más sanos y saludables; celebérrimos por ser los más celebrados y conocidos; integérrimos, por ser los más íntegros en nuestras políticas turísticas -las comerciales y las otras-; acérrimos, por nuestras tenacidades vigorosas e insuperables; ubérrimos, por nuestra abundancia, por nuestras fértiles posibilidades turísticas€. Qué hermoso es estar del lado de esa luz que nos traen las primaveras y los veranos€. ¿Por qué nos la arrancarán los otoños y los inviernos?

Los otoños y los inviernos nos hacen prisioneros y nos empujan al lado de las sombras. Nos deprimen, nos abducen la autoestima, nos repliegan a nuestra mismidad más oscura y nos hacen paladines de la defensa propia individual, que casi siempre es enemiga de la inteligencia y de la defensa propia colectiva. Los otoños y los inviernos son negros. Los chicos y las chicas nos vemos porque tenemos ojos, pero no porque nos miremos. Diríase que los otoños y los inviernos nos vemos como partes esenciales de un todo oscuro que conspira en nuestra contra. Los «érrimos» entonces son grises, apagados, sombríos, tristes€ Los otoños y los inviernos son procelosos mares iracundos de los que emergen vituperios, oprobios, vilipendios y baldones€ Hablamos del nigérrimo futuro; de paupérrimos resultados; de misérrima colaboración -cada uno hablamos de la que nos conviene en cada momento-, o del aspérrimo discurso de sus todopoderosas majestades los banqueros y bancarios€ Qué jodido es estar del lado de las sombras que nos traen los otoños y los inviernos€. ¿Por qué nos abandonarán las primaveras y los veranos?

Visto con corteza, alguien hasta podría interpretar que lo escrito forma parte de la sintomatología clínica de una patología bipolar, pero no, no se trata de eso, aunque, bien visto, quién sabe, tú€ Sí, a saber€

Los mundos de la luz y de las sombras turísticas son cosa de todos los turísticos. En esos mundos vivimos todos los tribunales turísticos y todos nuestros jefes de tribu, los políticos, los empresariales, los profesionales, los sindicales€ Nos reunimos para hablar de nuestros mundos de luz y de nuestros mundos de sombras y demasiadas veces terminamos perdiéndonos: confundimos lo que nos gustaría que fuera con lo que puede ser. Una aberración. Esto, obviamente, se nos nota más instalados en el aúpe de una tarima, porque nuestra voz llega a más gente, también porque algunas veces, al auparnos con la tarima, nos alejamos del suelo y más que contar o decir, lo que hacemos es frasear mirándonos el ombligo.

La luz más o menos intensa que nos asiste las primaveras y los veranos obedece a nuestros esfuerzos, no cabe duda, pero en puridad, últimamente obedece más a las luces atenuadas o apagadas de nuestros adversarios turísticos. Por el contrario, las sombras constantes de nuestras primaveras y veranos -que también las tenemos-, y las más oscuras y profundas de nuestros otoños e inviernos -sobre las que poco o nada fraseamos-, obedecen exclusivamente a lo que hicimos, y a lo que estamos y no estamos haciendo. Por acción y por omisión, de nuestras sombras somos los únicos responsables. Lo malo es que los malditos aúpes nos elevan, tanto, que algunas veces nos ayudan a escaparnos de nosotros mismos, y cuando, escapados de nosotros, fraseamos de turismo, terminamos zambulléndonos en los océanos de la divagación, el sinsentido y la matraca. Quizá no es cierto, pero, cuentan que hay alguien por ahí que, tras escucharse aupado, va y se aplaude. Eso es peor€, pero ojo, no cunda el pánico, porque todos, alguna vez, nos encontramos con personas que minimizan el aúpe de la tarima y empequeñecen el atril con su intrínseca grandeza.