Ver piedras es la expresión vulgar con la que nos referimos a contemplar el arte antiguo que contiene una ciudad o lugar. El pabellón español en la Bienal de Arte de Venecia muestra la última expresión del arte contemporáneo dándole un nuevo sentido, muy literal, a la expresión «ver piedras» con una obra compuesta, exclusivamente, por seis toneladas de cascotes dispuestos de forma muy parecida a la que las dejaría un volquete.

La artista española, canterana, ha hecho algo dentro de su estilo. Su obra es lo que entendemos por obra: demoliciones, autoconstrucciones y descampados. Sus descampados son paisaje, claro, entendidos como extensión de terreno considerada en su aspecto artístico, como pintura, dibujo o fotografía que representa cierta extensión de terreno, como espacio natural en el que se aprecia la intervención humana, para crear o para destruir porque la creación y la destrucción crean paisaje.

La obra llevada a Venecia aúna pesadez material (seis toneladas) y ligereza intelectual (si es que los escombros son la metáfora que a todos nos sugiere). Es un chiste visual manido que origina algo que no es original, ni hermoso, ni inteligente, ni conmovedor, ni gracioso y que precisa mucho esfuerzo y mucho coste económico (la burbuja artística siempre es muy superior a la del ladrillo, porque el componente caro de toda burbuja es el aire, no la materia de que esté realmente hecha).

Esa desproporción entre la idea, los materiales, la energía, el precio y el lugar donde se expone hace que lo que apenas merecería una sonrisa de tratarse de un dibujo de humor produzca una subida de tensión cuando se convierte en una obra de arte para el pabellón español en la Bienal de Venecia.

Enésimo ejemplo del arte que se justifica porque da que hablar a cualquiera, incluso a uno, seguimos a la espera del arte que nos deje sin palabras al menos un ratito.