Resulta a veces refrescante salir por algún tiempo de este país para poder desayunarse con otras que no sean las ya tediosas noticias sobre el caso Gürtel y sus numerosas ramificaciones.

No es que no haya fuera otros casos de corrupción política, que los hay y también abundantes, algo que por otro lado no debería consolarnos. Pero de momento al menos en la pequeña Austria los titulares son estos días otros muy distintos.

Como pueden imaginarse, y como ocurre también en las vecinas Alemania, Hungría, Eslovaquia o la República Checa, es decir en toda Centroeuropa, dominan lo mismo en la TV que en la prensa escrita las informaciones sobre el desbordamiento de los ríos y lo que han hecho o dejado de hacer, según los casos, las autoridades para reducir su impacto desde las últimas graves inundaciones de 2002.

Ésta está siendo, sobre todo en el sur de Europa, una primavera especialmente larga, lluviosa y fría, y muchos se preguntan, un poco ingenuamente, si no será una fábula todo eso del calentamiento del planeta.

El tiempo parece haberse vuelto loco, pues en Escandinavia, por ejemplo, mucha gente se han estado bañando estos días como si estuviera en el Mediterráneo mientras mucho más al sur la gente tiritaba.

Y es que, como advierten los meteorólogos, las temperaturas deben estudiarse en su conjunto, es decir en todo el globo, y no vale fijarse sólo en nuestra pequeña región. Si se hace lo primero, no hay motivo alguno para bajar la guardia.

Una de las cosas que se están destacando aquí es el hecho de que haya cada vez más construcciones casi al borde mismo de los ríos y que impiden que las aguas se vayan filtrando en las tierras limítrofes antes de convertirse en una gran masa que todo lo lleva por delante.

Mucho más importante a la larga, insisten los expertos, el cambio climático. Sólo hay que pensar, comenta Helga Kromp-Kolb, climatóloga de la Universidad de Viena, qué ocurriría si en lugar de las actuales temperaturas, tuviésemos algunos grados centígrados más.

Los ríos llevarían aún mucha más agua porque se habría sumado la procedente de la fusión de la nieve que ha caído en las montañas. Pero no sólo eso, explica la experta austriaca, sino que una atmósfera que se ha calentado dos o tres grados contendría más agua, por lo que aumentarían también las precipitaciones.

El incremento de la cantidad de energía en la atmósfera provoca lo mismo precipitaciones muy intensas o tormentas que largos períodos de sequía, según las zonas.

Lo único que no se puede de momento es cuantificar con exactitud el impacto que sin duda tiene ese calentamiento, ni mucho menos predecir cuándo van a producirse las próximas grandes inundaciones.

Por el momento, lo único que podemos hacer es poner todo cuanto esté de nuestra parte para mitigar el cambio climático.

Para ellos tendríamos que consumir menos combustibles fósiles y todos esos productos basados en el plástico que utilizan esos combustibles, recurrir más a los transportes públicos y menos el coche y procurar que los nuevos edificios se construyan de tal forma que puedan refrigerarse de forma natural, sin la pesadilla del aire acondicionado.