El escritor es un rebelde contra el significado de la realidad. Alguien que tiene una forma diferente de mirar los escaparates del mundo, las ciudades que hay dentro de una ciudad, las lecturas en las que aprender a leer. Y también de preguntarse los miedos y las certezas, de pensar la memoria y el doble filo que tiene cada verdad. El escritor tiene una forma diferente de mirar el oficio de vivir y de contar el mundo y las cosas. Lo hace con una escritura en la que sucede lo que vive, lo que piensa, lo que siente, lo que ficciona. Su primer compromiso es el lenguaje. Sabe que la perfección de la palabra es insaciable, que ha de buscar siempre las precisas, las idóneas, las que no pueden ser sustituidas, las más limpias y claras. A través de ellas, se dice a sí mismo y a los otros quién es. A través de ellas construye el discurso de su relación con la vida, con el mundo, con una realidad que es el vestíbulo de la imaginación y también un estado de alerta, un combate, una conciencia. El escritor tiene un compromiso con el rigor y la poesía de su lenguaje, con su libertad para mirar, pensar, decir y contar. Y con el tiempo en el que se desarrolla como persona, como ciudadano con una responsabilidad civil. Sobre todo cuando el presente es un sueño intranquilo, la exigencia de una batalla o de muchas en las que él, cualquiera, todos, debemos identificarnos.

Antonio Muñoz Molina es uno de estos escritores, hábil voleur al que le gusta coger desprevenida la realidad: unas veces para robarle todas sus posibilidades de ficción, otras para entrar con ella en diálogo de combate, a fondo y en una reflexión abierta, crítica, leal. Muñoz Molina es un escritor forjado a sí mismo desde una isla de provincias en la que aprendió a ser un Robinson urbano, un polizón culto a bordo de un Nautilius de periódico, un detective que seguía los pasos a un pintor que convertía los ascensores en selvas caribeñas. Hasta que el cine en blanco y negro, y el jazz del invierno lo llevaron a Lisboa. La ciudad en la que muchos escritores descubren el escritor que son dentro, el que han ido haciendo sus lecturas. Cervantes, Verne, Stevenson, Proust, Faulkner, Onetti, son algunos de los maestros que se reconocen en la literatura de Muñoz Molina, en las historias donde el desarraigo, lo extraño, los proscritos, la memoria de los que fueron antes, las convivencias con su biografía, la cultura popular y la ilustrada, la capacidad de la ficción son protagonistas. Una literatura fronteriza que ha expandido a otros territorios y géneros, impulsado por la curiosidad intelectual que le llevó a formarse, a explorar la pintura, la fotografía, otras lenguas de las que traducir su música, el periodismo donde también ejerce con estilo, rigor y brillante creatividad su ciudadanía, la rebelión del escritor. La maestría y diversidad de este curriculum es el que ha sido premiado con el Príncipe de Asturias de las Letras. Un galardón merecido, unánime en el jurado y en la recepción de los lectores del dueño del secreto de la novela, de los artículos que son ventanas que abre, que nos invitan a mirar desde su forma de mirar. Y también lectores de una voz moral que no calla por conveniencia, miedo, militancia, pereza, por no parecer moderno, para no distinguirse en los tiempos donde «es muy difícil decir lo que se piensa».

Este premio a Muñoz Molina es importante porque responde a la pregunta de Holderlin: ¿Para qué poetas en tiempos de crisis? Está claro, en esos momentos y en una sociedad donde el pensamiento se colapsa por un exceso de información que no se procesa, la gente necesita voces que sospechen, reflexionen despiertas y orienten con audacia, conocimientos y honestidad. Igual que hace Muñoz Molina, al igual que hicieron antes Malraux, Camus, Benedetti, Cortázar, Magris, Calvino, Juan Goytisolo, entre otros nombres. Voces de escritores con algo que decir, que cuestionar, que preguntar, que compartir y se sumen a otras voces tal vez más anónimas pero igual de importantes, de necesarias. Es cierto que muchos pueden formular el interrogante de si realmente la sociedad espera algo de los escritores, unos tipos que pertenecen a una minoría que escribe para otra minoría que lee. El Premio Nobel del año 2000 Gao Xingjian dijo: «La literatura es el lugar en el que puede encontrarse la vida real. Bajo la máscara de la ficción se puede decir la verdad. El escritor es un hombre del pueblo que mediante su obra o sus acciones se inmiscuye en los conflictos de su época. Tiene un compromiso ético con la sociedad a la que pertenece».

Dotado de las enormes posibilidades del lenguaje, el escritor debe cuidar la palabra, elegirla bien, calibrarla, porque es responsable de lo que dice, de la forma en cómo lo dice, de la propuesta que se desprende de aquello que dice. La palabra nunca es neutra. La palabra es una actitud, un posicionamiento. El escritor es un disidente y lo es por razones morales, de ética permanente más que por compromisos políticos, un rebelde frente a cualquier sistema cuyo poder se base en la manipulación de la psicología de las masas o que haga de la subvención una forma de dirigir la espontaneidad, innovación y libertad de la creatividad. El escritor no es un filósofo ni un predicador. Es un artista que escoge experiencias, que piensa y molda ideas, que tiene la capacidad de transmutar la realidad en una imagen distinta, en un doble, en una ficción dentro o alrededor de esa realidad. Pero también es un hombre de la calle, de la sociedad de la que forma parte. Está facultado, al igual que cada uno de nosotros, para denunciar los abusos del poder, los errores de la política, las manifestaciones de la crueldad, los prejuicios sociales, religiosos, raciales, ideológicos, cualquier dura realidad. Lo mismo que puede pronunciarse sobre idealismos, entusiasmos o discursos meramente artísticos. El escritor pude crear desde preceptos esquemáticos del pasado y del presente. Lo hace para procurarnos el placer de la evasión a través de la lectura de ficciones. Lo hace como el ciudadano que formuló Jaucourt en L´Encyclopedie del siglo XVIII: un hombre con espíritu crítico, útil a la comunidad, cuya palabra también es una revolución ilustrada. El compromiso de la conciencia. Una rebeldía desde la libertad.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista www.guillermobusutil.com