La Real Sociedad estuvo 22 años sin derrotar al Real Madrid y por ello cuando Elías Querejeta ya era famoso productor cinematográfico, se le recordaba porque la última victoria donostiarra fue un gol suyo. En 1988, comencé a disfrutar de la amistad y las enseñanzas de Elías, Juan Benet, Juan García Hortelano, Javier Pradera, el juez Clemente Auger y Jesús Aguirre, a quien por su boda con la Duquesa de Alba llamábamos «el duque nuestro señor». He tenido que ir al entierro de casi todos los citados.

Las muertes de Benet y Hortelano se celebraron con un almuerzo y unas copas porque alguien dijo que no les habría gustado nuestra tristeza. Aguirre aprovechó un par de ocasiones anteriores para deleitarnos sobre sus conocimientos del género revisteril. Aunque sacerdote en tiempos de Queta Claver, conocía todas las músicas de las grandes revistas. Yo le hacía el dúo.

Alberto Machimbarrena, amigo de Elías, nos trajo un día el comentario de que éste debía ser recordado por el «monogol», o sea, el tanto que le marcó al Madrid y que Di Stefano contaba como el más lento de la historia. Estaba Atocha embarrado y la pelota recorrió el tramo hacia las mallas con indescriptible lentitud. Benet, siempre que le venía a la memoria, para chincharle un poco, le comentaba lo del «monogol».

Hortelano, que era más futbolero, le tenía mucho respeto a aquella hazaña porque era colchonero y ganarle al Madrid era algo para celebrar.

Con Elías y Pradera viví el final de Liga en la que la Real se proclamó campeona de Liga ante el Athletic. Con ellos y Enrique Múgica, la final de Copa ganada en Zaragoza al Atlético, festejo que acabó en espléndida cena y celebración en la Plaza del Pilar donde Elías encontró un bote de cerveza y comenzó a patearlo. Múgica, que según decía Pradera aspiraba a ser ministro, se separaba un poco para que no le vieran con un gamberro que pateaba en recinto tan emblemático.

A Elías no le gustaba hablar de su cine. Más bien no quería presumir de ello. Había que sacar a la conversación cualquiera de sus películas por un hecho circunstancial para que explicara algo. Elías jugó en la Real, cuatro años en Primera y uno en Segunda, y en Valladolid, abandonó la concentración del hotel para acudir a una sesión de cine del festival. A la salida le estaba esperando el entrenador, que se había imaginado dónde le podía encontrar. Vio la película con Santiago Amón y la presencia del entrenador le impidió comentarla con su colega.

Llegó el partido y Elías tuvo que sacar un córner. Allí, en la esquina, estaba Amón quien no se reprimió y empezó a preguntarle su opinión. Elías retrasó el saque cuanto pudo. El árbitro no dejó de silbar para advertirle de que debía jugar el balón. Fue el córner más largo de la historia. Los planos de que habló el protagonista se referían a una película y no a una jugada preparada.

Encontré por última vez a Elías en el funeral de Pradera. Ya no salía casi de casa. Iba acompañado y llegué a pensar que no me reconocía, Auger me dijo que sí, que aún sabía quiénes éramos aunque ya no teníamos tertulia en la cual siempre pedía como primera toma un té con limón.

Siempre podré decir que fui alumno en tertulia tan ilustre y en la que tantas cosas aprendí. Como leer a Benet y Hortelano. A sopesar cuestiones jurídicas, a recordar a Maruja Boldoba, Trudi Bora e incluso Celia Gámez con Aguirre, la sensatez de Pradera y por supuesto, las técnicas del cine para escapar de la censura franquista, el modo de crear una cinematografía que hiciera pensar y también, cómo no, a estimar a la Real Sociedad.

«Dejé de jugar», me contó Elías, «abandoné el fútbol el día que estaba dando vueltas por el campo de Atocha con el equipo y había perdido la cuenta de las que había dado y mi pensamiento se había ido de allí. Me percaté de que, definitivamente, mi mundo estaba en otro lugar». En él encontró, respeto, admiración y un lugar en la historia del cine español. Adiós, Elías. Hasta siempre.