El referéndum del próximo octubre para eliminar el Senado de Irlanda pondrá en el escaparate la inutilidad de otros senados, entre ellos el español. Por su alto coste absolutamente baldío y por ser aparcaderos de políticos profesionalizados que ya no interesan en las esferas ejecutiva ni legislativa -pero de algo tienen que vivir- no se han ganado un futuro. Dirán algunos que una «cámara alta» puede ser ociosa en países centralistas, pero es útil y necesaria en los sistemas federales. Añadirán que la España de las autonomías es un sistema federal con otro nombre, y posiblemente acierten. Lo malo -o lo bueno- es que lo sea de iure y no de facto, porque hasta ahora nada se les ha perdido a las autonomías en la tal cámara y, peor aún, nada han encontrado en su seno. Este artilugio vacío puede dejar de existir en 24 horas, y antes de llegar a las 48 estará olvidado. Todo se avía, se aliña y se cuece en el Congreso de los Diputados y cada vez que alguien intenta defender al Senado lo hace más ambiguo y borroso.

Significativamente, es la cámara cuyos miembros surgen de elección personal y directa, no mediatizada por listas de partido, y tienen toda la legitimidad para representar a sus electores. No lo hacen en términos operativos porque son paralizados por el aparato de los partidos, pero también por un estatus que los identificaría a menesterosos conseguidores de lo que se cocina en el Congreso. Es el círculo vicioso con el que la partitocracia -no solo española- simula un sistema de elección mayoritario para neutralizarlo a renglón seguido en el magma proporcional. El Congreso, manejado por los comités centrales, acapara todas las competencias que importan.

Chirrían los nervios cuando se compara la ruina de lo necesario con la opulencia de lo inútil en un país cuyas instituciones pagamos todos, incluso los que no pueden pagarse casi nada a sí mismos. Así como el referéndum por la independencia de Escocia va a tener efectos en el soberanismo catalán, el irlandés influirá inevitablemente en la reflexión crítica sobre la institución del Senado, que en España siempre se pospone cuando la razón práctica o el sentido común la sacan a relucir. Hace pocos días, al presentar a los agentes sociales interesantes proyectos de estímulo a emprendedores, enumeraba Rajoy su calendario de reformas pendientes dejando la de la administración para el final. Si desea credibilidad deberá cambiar el orden de prelación. Esa reforma, que siempre queda pendiente, tal vez sea la más revolucionaria para conciliar el gasto público con la necesidad objetiva. Nadie carga en el Gobierno actual toda la culpa del monstruo, pero es igualmente cierto que, salvo en guerra, el país nunca ha sufrido una depauperación como la actual, que ni siquiera permite un pronóstico de porvenir. Aliviaderos de políticos arrimados, como el europarlamentario o el senatorial, que nutren cámaras no decisorias y/o no vinculantes, son lujos irracionales... salvo que consigan darnos algo en devolución de lo que nos cuestan. Va siendo hora.