Estamos dispuestos a que la manquita deje de llamarse así? ¿A que lo inconcluso deje de ser una seña de identidad? ¿A que la Catedral destaque por lo que tiene, no por lo que le falta? Pero sobre todo, y más importante, ¿podremos abordar este tema sin caer en la demagogia?

La construcción de la segunda torre de la Catedral es uno de esos temas que encienden apasionados debates en la ciudad. Quizá no tanto en número, porque todo debate implica dos opiniones enfrentadas, pero es difícil encontrar en Málaga personas a favor de construir la segunda torre. Yo soy uno de ellos y sé que, reconociéndolo, me expongo a la crítica de mucha gente que no entiende esta postura. Intentaré explicarme.

Uno de los grandes argumentos a favor de dejar la Catedral como está es su apodo, «la Manquita», como cariñosamente se le conoce en la ciudad. Sin embargo, el poner un diminutivo no esconde la imposibilidad de la ciudad por terminar sus grandes obras. Ocurrió en el siglo XVIII y en la actualidad -véase el metro-. Completar la torre y todo lo que falta, que es mucho más, nos permitiría tener una Catedral que sea símbolo de la ciudad no por la incapacidad de completar proyectos, sino de acometerlos y llevarlos a su término. Por qué llamar a ese templo «la Manquita» cuando puede ser la Catedral. Sin más.

No estar terminada no es un hecho diferenciador de la Catedral, sino preocupante. Así lo entendieron los catalanes, que están completando la Sagrada Familia, y los habitantes de Colonia, que completaron su espectacular Catedral hace menos de un siglo y es su gran atractivo turístico.

Evidentemente habrá quien diga que ahora no es momento para hacer la torre. Que la crisis aprieta y ahoga y hay otras prioridades. Es cierto. No hay que hacerla ahora. Basta con plantearse y que empiece a calar la idea. En la construcción de la catedrales el tiempo es relativo. Una década no es tanto y un siglo es un plazo razonable. Basta con empezar por el tejado para que no se hunda y ya se irá avanzando con el resto. Eso sí, su ejecución no debe ser una cuestión de Estado, sino de oportunidad. Y sobre todo, un objetivo ciudadano. El dinero público tiene que decir poco en esto. Es la aportación individual la que debería de sostener una obra que se convierta en orgullo de los malagueños, no es una lacra que nos recuerde que dejamos las cosas a media. Por mi parte me conformo con ver las obras empezar, ya habrá otros, dentro de mucho, que la vean terminada.