La Roja del marqués salmantino, que se ha metido en un charco con sus declaraciones sobre la portería hispana, le está abaratando el mercado a Florentino Pérez, que se ha quedado sin Neymar y que puede ir camino de quedarse sin Carlo Ancelotti.

La Roja, fiel a su estilo de tener casi siempre el balón, dejó inéditos a dos de los delanteros más cotizados en el mercado veraniego europeo (¿hay otro?), los que dicen ser y llamarse Cavani y Suárez. El segundo aún marcó un buen gol en saque de libre directo al que, una vez más, no llegó Iker Casillas, a quien como capitán y símbolo del antimouriñismo no le hace falta jugar para ser llamado a la selección. A Llorente y a otros cuantos no jugar en sus equipos les ha costado quedarse fuera de la selección.A Casillas se le llama «porque es uno de los nuestros» y para que Sara Carbonero no intoxique en los ámbitos periodísticos.

Cavani y Suárez fueron dos náufragos en el estadio de Recife y no mostraron en ningún momento del juego (excepto en el gol de Suárez) su pretendida categoría y el alto precio que por cada uno exigen sus clubes respectivos, Nápoles y Liverpool. Florentino ya tiene motivos para ofrecer menos por el fichaje de uno de los dos, al parecer el objetivo prioritario blanco, y más si Higuaín hace las maletas hacia Italia.

Si a Florentino le van a tener que bajar los precios, a Sandrusco Rosell, colega azulgrana, no le cabe la sonrisa en la boca con el golazo de Neymar a Japón, quizá el primer paso dado por el brasileño hacia la amortización de su fichaje, cuyo monto se ignora pero que será inferior al que se avecina con el tan aclamado Bale, el galés de los cien millones de euros. Neymar atenderá sin duda a los valors que guían las actitudes azulgranas, muy alejadas del dedo en el ojo y otros gestos de mala educación. Los valors los cumplen religiosamente Messi, denunciado por fraude a Hacienda en un nuevo insulto de Madrid al Barcelona y a toda la nación catalana, y Mascherano, el jefecito, que da patadas a un conductor de la camilla mecánica en Ecuador.

Resueltas todas las cuestiones colaterales cabe decir que, en efecto, La Roja dio un baño a Uruguay en su estreno en la Copa Confederaciones, pero no terminó de aclarar el jabón porque el gol postrero de Suárez puso en apuros una victoria que se cantaba desde los primeros minutos. Porque la selección encarriló el partido y no fue capaz de rematarlo con una distancia de seguridad. Cuando el toque se convierte en una fórmula defensiva, que es el caso, pasan esas cosas.