Aunque el futuro esté bajo sospecha, nosotros, los optimistas, sabemos que esto se arreglará y pronto se recordará como el día que murió Manolete, en pasado. Por eso, amigos, mirémonos al espejo, sonriamos y pensemos que podíamos estar peor. Consuela un montón.

No todo está perdido, tenemos unas playas bonitas, vuelven los norteños a tomar nuestro sol y a aprender a decir «gracias» y «espetos» -esto lo podrían aprender en su tierra, pero pensándolo bien, no es lo mismo.

Hoy he visto desde mi balcón a una niña vestida de Primera Comunión y rápidamente me he acordado de que pronto tendré que ir a la de dos niñas muy, muy queridas e, inmediatamente, he pensado: «¿Qué me pondré?», después he recordado que hace casi dos meses tengo colgado un traje monísimo que compré para esta entrañable ocasión. ¡Esta cabeza! Cuando le digo a mi médico de cabecera que estoy perdiendo la memoria a pasos agigantados se ríe de mí y me dice: «Anda, mujer, vete a casa y termina tu novela que estoy deseando leerla». Es decir, tampoco él me hace caso. Al fin y al cabo es hombre.

Hablando de hombres, tengo el corazón partido de ver y oír a la madre de los niños cordobeses perdidos por su exmarido. ¿Cómo estuvo tan ciega esa criatura para no notar algo raro en él? Ciertamente que hay algunos que saben disimular muy bien cuando son solteros, pero hasta el punto de no notar algo raro en su mirada€ ¡No pestañea, oiga!

A los que nos gusta leer novelas de intriga sabemos que ese detalle, tan sólo ese, ya es para abrir la puerta y correr cuesta abajo y no parar hasta haber pasado tres pueblos. A veces, la vida se presenta enseñando su cara más terrible. Mi deseo es que la apenada madre encuentre la paz.