A raíz de los secuestros con tortura incluida de presuntos terroristas, tramitados por la red de torturismo planetario montada por George Bush y la CIA, se destacó que el proceso se desarrollaba sin la mínima interferencia judicial. Por tanto, cualquiera podría ser agraciado con una estancia gratuita en una húmeda cárcel secreta. Este argumento quedaba invalidado por el pragmatismo occidental, porque se pensaba que las todopoderosas organizaciones estadounidenses no iban a molestarse en secuestrar a seres insignificantes como nosotros. El atropello se concentraba en la corteza islámica, y algo habrían hecho.

Obama no renunció al título de sheriff planetario. Al contrario, aumentó la potencia de fuego de globocop. Para ahorrar las espantosas imágenes de seres torturados, por no hablar de sus inoportunos gemidos, decidió ajusticiarlos directamente a domicilio. Recurrió para ello a una flota de aviones no tripulados o drones, que cuentan con la inestimable ventaja de que su piloto no tiene que limpiarse los dedos de la grasa de la pizza que consume a media hora de su domicilio estadounidense, mientras pulsa la tecla que matará a un presunto terrorista en Pakistán. No es inusual que también mueran sus hijos o vecinos, en justo castigo a la incoherencia de su elección residencial.

Una vez más, los «drones» funcionan de manera indiscriminada y sin importunar a los jueces. Sin embargo, tampoco aquí surtió efecto la amenaza de que cualquiera de nosotros podría ser la víctima colateral del misil accionado por un telepiloto que dispara desde la Ground Control Station de Nebraska con una cerveza de más. El argumento decayó porque no somos vecinos de ningún terrorista islámico y, aunque la tecnología de los aviones no tripulados se remonta al gran Tesla, guarda reminiscencias con una película de Spielberg. Ni siquiera funcionó el peligro de que los terroristas se apoderaran de aparatos controlados a distancia, privando a Estados Unidos de su monopolio ejecutor.

Ahora va en serio. Washington posee todos los datos sobre tu pasado y sigue almacenando tu presente. Te ha secuestrado electrónicamente. Si a un avezado torturador le dieran a elegir entre someter a una víctima a sus prácticas de interrogatorio «cinéticas» -el término utilizado por la CIA- o disponer de todas sus comunicaciones y archivos de los últimos cinco años, se decantaría por la segunda opción. Por no hablar del ahorro en manutención y hospedaje. Estados Unidos no te roba lo que tienes, sino lo que eres. Se ha apoderado de la identidad de cada ciudadano occidental, y por tanto de su destino, un arsenal que sólo utilizará si le resulta imprescindible. Por supuesto, sólo Washington decidirá si le resulta imprescindible.

El silogismo coincide en cada uno de los casos reseñados. Si los terroristas usan internet, todo usuario de internet es un presunto terrorista. Se trata del indestructible argumento del ácido bórico o de la pasta de dientes, que emparentaba a los autores del 11M con ETA y con otros varios millones de ciudadanos. Siempre habrá una conexión que justifique la ulterior intervención o bombardeo mediante un drone. Y en caso contrario, puede fabricarse alterando tu pasado, por mucho que esta hipótesis parezca tan descabellada como imaginar que Hacienda elabore un listado de datos falsos para suministrarlos al juez que los requiere dentro de una investigación penal. O tan lunática como la especulación de que Washington espiaba a todo el mundo, ahora confirmada por Washington.

Tras recibir una gélida acogida en tierras europeas, Obama ha tranquilizado a Merkel sobre la explotación del volumen ingente de información espiada. «No la emplearemos, Angela, pero aquí tengo apuntada la noche en que engañaste a tu marido». El comportamiento típico del actual presidente consiste en acumular por medios fraudulentos tanto poder como su predecesor, bajo el subterfugio de que Obama sólo lo utilizará para propósitos nobles. Las víctimas estoicas del secuestro electrónico sostendrán que siguen siendo demasiado insignificantes, para que Washington se moleste en divulgar los datos que les ha robado. Es cierto en la inmensa mayoría de los casos pero, si aspiras a una carrera política o empresarial, se puede airear espontáneamente tu pasado. Además de chantajearte antes de que accedas a un cargo o, todavía mejor, cuando ya lo ocupas. Finalmente vinieron a por ti. Y ya no quedaba nadie para defenderte con el escudo de los Derechos Humanos.

*Matías Vallés es periodista