La antropología suele atribuir a las hogueras en los días del solsticio el propósito de dar fuerza al sol, animándolo en su trabajo justo cuando ya empieza a decaer. Una forma de magia simpática. Desde luego no hay por qué imaginar esa intención en los miles de jóvenes y mayores que anoche practicaban el rito, pues los ritos suelen ser justamente formas sin contenido actual, como la mayoría de lo que hacemos. El caso cierto es que todo lo que empieza a irse poco a poco nos hace nacer la nostalgia y, en dosis mayores, la melancolía, el medio en el que nos sentimos bien la gente de Occidente. El verano es siempre, de este modo, una cálida decadencia, pues los días son cada vez más cortos, como la vida misma y sus pasiones varias. A partir de ahora subirán las temperaturas, que a su vez es el modo que tiene el sol, metiéndose en la tierra, de animarnos y devolvernos el cumplido.