Está ese momento raro en el que el médico te dice que puedes recuperar tu vida normal.

-Puede usted recuperar su vida normal.

Tú te encuentras detrás del biombo, poniéndote los pantalones y la camisa, pues hace apenas unos instantes estabas prácticamente en pelotas. Tu vida anormal consistía, en parte, en esto, en desnudarte una vez a la semana detrás del biombo blanco del hospital para que las manos del médico, o sus aparatos, te exploraran de arriba abajo. Recuerdas que observabas sus gestos con la intensidad con la que en los aviones tratas de averiguar, por la expresión de la azafata, si estamos a punto de estrellarnos o no. Eso formaba parte de la vida anormal, eso y el régimen alimenticio y las medicinas que te dejaban un sabor a cobre permanente en la boca, y el reposo obligado, y las horas pasadas con uno mismo, preguntándose por la evolución del mal, imaginando alternativas vitales para el caso de que, en vez de suceder esto, sucediera lo otro. Una forma de existencia, en fin, en la que las horas tenían más de sesenta minutos y los minutos más de sesenta segundos, en la que tú te habías ralentizado sin que la realidad abandonara su ritmo. Desde la ralentización propia, habías comenzado a advertir en la velocidad de los demás algo profundamente insano, malo, muy malo para la cabeza, pero no podías decirlo. Nadie te escuchaba, en parte porque iban de un sitio a otro muy deprisa. El sitio del que venían era a veces el salón y al que iban era el cuarto de baño, pero lo hacían corriendo para no perderse nada de lo que decía tele.

Y ahora dice el médico que puedo volver a mi vida normal. ¿Pero por dónde, me pregunto, pasa el autobús que conduce a la vida normal? ¿Acaso era normal esa forma de vida? De otro lado, no recuerdo muy bien en qué punto la abandoné. Me hablan de ella, de mi vida normal, como si se tratara de un puzle que dejé a medias. También como si se tratara de una novela incompleta. ¿Un puzle de qué?, ¿de un paisaje? ¿Una novela de qué género?, ¿de terror, policiaca? El médico te acompaña hasta la puerta, te la abre invitándote a salir y al ver ahí fuera tu vida normal te echas a llorar. El doctor cree que es de gratitud.