Una persona lo suficientemente cercana a mí como para neutralizar cualquier síndrome de distanciamiento -a la gente, en verano, hay que tratarla con frialdad democrática, como si fueran una de esas horribles y necesarias ensaladas frescas- me contó hace muy poco el problema que había tenido en los ajetreados pasillos de la burocracia. Resulta que fue a cobrar el paro y un señor más serio y más quemado que un tizón de restaurante fino le dijo que no tenía derecho a la prestación porque un tercer señor, en este caso de Albacete, se la había fundido con su propio nombre y apellidos mientras mi bendita persona cercana andaba en el moisés comprado en Simago y con la baba caída. O sea, un lío. Limpia y llanamente borbónico, aunque con menos niños. «Vaya por Dios, me cambian de mesa y ahora esto», le espetó el amable funcionario, como si existiera una extraña y escalofriante relación entre ambos fenómenos. En Madrid un señor cambia de mesa y abre una puerta tridimensional por la que aparecen figuras civiles. Y extrañamente todo eso hace que yo me sienta cercano a la Infanta. De hecho, me gustaría llamarla y hablarle de lo mío, quizá frente a un sillón Voltaire y el vermú de las siete galopando contra la brisa. Quién sabe si con Montoro aleteando como un bicho. Todo muy casual y muy simpático, hasta que llegaran las diferencias y las preguntas se cruzaran sin posibilidad de hacerse el nudo. «De hecho, la pobre criatura dónde se va a por el paro ahora». «Qué me vas a contar, si luego hasta te imputan». En España nos hemos acostumbrado a que cada vez que el suelo crepita salgan los enanos a bailar junto a las rías de Pontevedra y los gigantes cabezudos. Rajoy se calla y brotan los monstruos y la jarana de la España sandunguera y polimórfica; que si los escándalos de la Junta, que si las patochadas jurídicas de Gallardón, el otrora modelo de yerno y de visita, y, sobre todo, Wert, que nunca fue gracioso, sino todo un torpedo cargado de cinismo. Al muy ministro, al parecer, no le gustan los gorrones y plantea lo de subir la nota de acceso a las becas como el que sube el precio del tabaco para que no enferme la muchachada confusa; aunque con una consecuencia que le resta bonhomía al asunto. Lo que más entusiama a la vía Aguirre, esa presunta ex, es echarse para su coleto políticas que hablan de meritocracia, como si todos tuvieran las mismas opciones de partida. Quiere el señor Wert que los estudiantes medios con dinero que sacan un 5 puedan estudiar incluso ingeniería mientras que el resto de estudiantes medios se retira a su arrabal y se prepara, en el mejor de los casos, para servirles. Pena que no haya otro señor de Albacete. Para hacer de ministro, digo.