El verano amaneció Esperanzado tras relevar a una primavera fría e indolente ante tanta pesadumbre marchitada en el ánimo de los ciudadanos que, expectantes, desean un cambio en el devenir de su entorno.

Esta ciudad, con entrañas de verano sempiterno, despertaba el sábado a son de Martinete -toná que cambió su contenido triste y monocorde con sabor a quejío de metal herido-, transformando el Centro Histórico en una luminosa antesala de la noche mágica de San Juan; en un solo lienzo perfilado por pinceladas ágiles, con olores a óleos temporales, que los participantes del XIII Certamen Nacional de Pintura Rápida, José María Martín Carpena, enjalbegaron en cada una de sus obras con un concepto único e íntimo: instantáneas de rincones elegidos que tan solo sus retinas presurosas podían aprehender con la premura de lo fugaz.

Cuánto arte en tan poco tiempo. Cuánta emoción joven creando en los recovecos donde se instalaron brevemente seducidos por la vieja ciudad.

Cuando el arte y los artistas iluminan la penumbra cotidiana, el estío regresa a nuestra memoria y casi lo tocamos gracias a las sonrisas que nos dispensa este solsticio contagioso, profano y hechicero. Es lo mejor que tienen las prestezas estéticas que respiran aire libre: el entusiasmo que despiertan ante la luz inagotable de esta urbe que se purifica con sus propios rescoldos.

Esta imagen de autores tras los caballetes recreando la captación de lo repentino del recuerdo, me hizo olvidar por un momento el desasosiego de esas pinturas negras redundantes que escenifican a diario el enfrentamiento socioeconómico al que llevamos expuestos durante esta larga muestra denominada crisis. ¿Será cierto que ha llegado la hora del sacrificio de los políticos a favor del retorno de los artistas?