La labor combinada y repatriadora de divisas por parte de un miembro de los servicios secretos italianos y de un intermediario financiero, bendecidos ambos por un «monseñor» vinculado al Instituto para las Obras de Religión (IOR), o «Banco Vaticano», ha devenido en tres detenciones dictadas por la Fiscalía de Roma. El asunto acaece pocos días después de que el Papa Francisco crease una comisión especial en la Santa Sede para controlar las actividades del IOR.

Por partes. El sacerdote detenido es Nunzio Scarano, prelado que ostenta el título de «monseñor», lo cual no significa que sea obispo, sino que es un eclesiástico adornado por dicho título honorífico otorgado por pasados servicios a la Iglesia. Scarano también está siendo investigado por la fiscalía de Salerno a causa de supuesto blanqueo de dinero, y por ello está suspendido desde hace un mes en sus funciones como miembro de la Administración del Patrimonio de la Santa Sede (APSA). El carrito del helado con el que han pillado al monseñor y a sus socios ha sido el intento de repatriar 20 millones de euros desde Suiza a Italia mediante un avión privado.

Pero el marco de este suceso es algo mucho más grandioso. Desde septiembre de 2010 la Justicia italiana investiga el IOR y su punto de partida fue la incautación de cientos de documentos al entonces presidente del «Banco Vaticano», Ettore Gotti Tedeschi, justo después de que éste hubiera sido destituido con la aprobación del cardenal Bertone. Al parecer, Gotti mostraba algún desorden anímico, pero su nombramiento había sido decidido por Benedicto XVI para que hiciera del Banco Vaticano una entidad transparente.

Sin embargo, entre Gotti Tedeschi y otros mandatarios del Banco Vaticano, incluidos cardenales, surgieron fuertes discrepancias sobre la velocidad con la que el IOR debía alcanzar la pulcritud. Venció la facción pausada y Gotti fue apartado. Paradójicamente, la Policía italiana se le echó encima en ese momento, pero no por el IOR, sino por un asunto bancario irregular de su pasado gestor. Al entrar los agentes en su casa, Gotti respiró: «Pensé que eran ustedes sicarios que venían a matarme». Y fue al indagar en sus papeles cuando la policía halló una ingente cantidad de documentación sobre el IOR. Ettore Gotti acababa de elaborar un informe para el Papa Benedicto XVI.

Tal vez la fama de indolencia y lentitud del Estado Italiano sea la que explique que de todos aquellos documentos sólo se haya extraído hasta la fecha la causa del monseñor detenido. No obstante, también el Vaticano advirtió a las autoridades italianas de que aquellos papeles gozaban de inmunidad diplomática.

El «caso Scarano» es una minucia, un escándalo menor, si se lo compara con la quiebra del Banco Ambrosiano y Calvi y Marzinkus y la Mafia y la Logia masónica P2 (1982), o con el «caso Enimont» de sobornos a partidos políticos italianos (1993). En ellos, círculos oscuros o incluso criminales, enlazados directa o indirectamente con eclesiásticos, aprovecharon el anonimato y secreto bancario del IOR para manejar sus fondos. En ese secreto bancario, el IOR no se distingue demasiado de otros lugares del planeta que de su opacidad hacen negocio con el tráfico y albergue de dinero. Si se quiere, el IOR añade un plus de bendiciones. La mayor parte de su negocio, con unas 19.000 cuentas y 7.000 millones de euros, pertenece a personas e instituciones católicas que no persiguen la irregularidad, pero siempre hay alguien que encuentra a un monseñor dispuesto a hacer un favor. Lo nuclear es que un banco opaco es radicalmente opuesto al sentido de la Iglesia. Tal vez el Papa Francisco desmonte esa incoherencia.