Con los primeros efectos de resaca originada por la sequedad de ideas, Málaga, en el posoperatorio fiestero, comienza a difundir su balance sobre lo acontecido en los festejos conmemorativos de los 526 años de la toma de la ciudad por los Reyes Católicos, revelando, un año más, que no se halla consenso ni a la hora de vestirnos con los velos del espejismo para asistir a una tradición de ocio en un condominio que anhelaba, por tan solo ocho días, una escapada de la coyuntura real. No reprocho este paso a la huida repentina y temporal, incluso me parece hasta arteterapia, lo que me cuesta discernir es la escasez de sinergia entre todos los productores del evento y su falta de retroalimentación, de nuevo, con sus devotos protagonistas.

Así, los hosteleros advierten una bajada del 20% en sus ventas, que califican «como la peor desde hace muchos años»; el colectivo del taxi cifra sus pérdidas en torno a un 30%; los vecinos del Centro siguen lamentando la mala escenificación del divertimento en las arterias históricas de la urbe añorada; las peñas evidencian su insatisfacción… Parece ser que los responsables de lo que debería constituirse como el segundo gran encuentro cultural y socioeconómico de los malagueños con su identidad- tras la Semana Santa- no ilusionan por el devenir tan dicotómico en el que ha derivado la proclamada «mejor Feria del Mediterráneo» o «del Sur de Europa», como prefieran.

Lamentarse anualmente como se lleva haciendo raya en un completo absurdo. Promover el éxito de este objetivo es una prioridad: «Es mejor cojear por el camino que avanzar a grandes pasos fuera de él. Pues quien cojea en el camino, aunque avance poco, se acerca a la meta, mientras quien va fuera de él, cuanto más corre, más se aleja». Reflexionemos junto a San Agustín. No nos encerremos en el mismo ascensor.

Ignacio Hernández es profesor.