Nadie repara en las gafas hasta que las pierde o, al revés, las encuentra en un lugar inesperado, como la cara de Cristiano Ronaldo. El jugador del Real Madrid puso las gafas por el mismo motivo que las actrices se quitaban el sostén en las películas del destape: por exigencia del guión. Ni la actriz necesitaba enseñar las tetas ni Cristiano llevar gafas pero la industria sí necesita la continua atención de la gente y el sistema su continua distracción. Distrae su atención: ayer, tetas; hoy gafas.

El guión exigente lo ha escrito una de las marcas deportivas que pagan millones a CR7 para ser un hombre anuncio, como esos hombres-sandwich aunque ellos sólo llevan un cartel por delante y otro por detrás y ganan para comer. Pero eso es necesidad y lo de Cristiano es lo contrario -lo innecesario- o lo siguiente -el lujo- con permiso de la audiencia.

El delantero fue a la ceremonia de la renovación con el aspecto renovado por unas gafas sin graduar, que no corregían la visión, y claras, que no amortiguaban la luz, y que no precisa ni para tirar penaltis ni para firmar contratos. Su cabeza rematadora fue una valla publicitaria para vender gafas parabrisas (para él) y monturas para todo tipo de personas con ojos enfermos. No eran las gafas oscuras que podrían haber ocultado la tristeza (o su falta) como hacen los deudos en los funerales (incluso los deudos beneficiarios). Eran las gafas que abundan en la imagen del jugador como un muchacho que se adorna con todo y que no necesita casi nada de lo que tiene porque dejó atrás la necesidad hace millones de euros.

Luego vinieron las críticas al modelo porque el jugador más mainstream, (más convencional, que se decía antes) llevaba un modelo hipster, (más del gusto independiente) con lo dependiente que es él de lo más convencional, de gustar al amo y al público. Las gafas de Cristiano para el público eran de pasta, claro.