Así se titula una novela maravillosa, su primera novela, que Lara Moreno acaba de publicar en la editorial Lumen. Una novela en la que los vivos (los pocos vivos que se juntan en una aldea remota y casi abandonada) se confabulan para no seguir muertos. Allí lejos, en un lugar a donde apenas llega la civilización tal y como la conocemos, o lo que queda de ella después de pandemias y hecatombes que se insinúan sin terminar de describirse, se instalan o residen desde siempre Nadia, Martín, Enrique, Damián, Elena, Ivana y Zhenia. Están ahí, en efecto, para sacudirse la muerte que se va royendo sus corazones porque eso, roer corazones, es en lo que ha desembocado toda la obra del ser humano: el arte, la política, la filosofía, la literatura, la economía, la guerra€ Los corazones de todos, hoy, tienen carcoma, gusanos, termitas, y es por eso que nos hemos acostumbrado a llamar vida a ese rastro de polvo y detritos que va dejando a nuestro paso la ciega, incesante y voraz labor masticatoria de esos seres de la oscuridad. La luz ya se ha ido y sólo nos damos cuenta en sueños, pero luego no creemos o no escuchamos los gritos desesperados de advertencia que estos nos dan. Por eso hay que fugarse, encontrar espacios donde refundarse y donde sanar (matar la carcoma, los gusanos, las termitas), atreverse a comenzar de nuevo.

Eso es lo que hacen Nadia, Martín, Enrique, Damián, Elena, Ivana y Zhenia. En esa aldea se practica el trueque, se descansa de las instituciones y los conceptos autorreferentes y viciados por miles de años de historia (la familia, el amor, el otro, la propiedad, la amistad, dios, la ciencia, la humanidad€), se destierran los objetos tecnológicos (los ordenadores, los teléfonos, los coches, las televisiones, incluso las radios) y, con ellos, la soberbia de su implantación omnipresente, y se rompen las reglas del tiempo. Entre otras cosas, claro, pero sin pretender fundar, sobre los restos de ese derrumbe, una nueva utopía, ya que las utopías han sido y son parte necesaria para mantener el engaño (son, de hecho, la zanahoria que nosotros, burros con anteojeras, seguimos en dirección al precipicio). En esta novela hermosísima, complejamente sencilla y necesaria pasan muchas cosas, que además están magistralmente contadas, pero sobre todo pasan Nadia, Martín, Enrique, Damián, Elena, Ivana y Zhenia, que están intensamente vivos, cada uno a su manera, incluso cada uno en contradicción con la manera de los demás, y que, por estarlo, por ser vida en estado puro, nos ofrecen la esperanza de que también nosotros, los lectores, podamos encontrar el modo de recuperar la vida nuestra, de limpiar nuestros corazones de carcoma, gusanos y termitas, de seguir en la pelea y el gozo de la existencia sin intermediarios ni jefes invisibles.

Por si se va luz, porque se va la luz, porque pocas veces nos acordamos de la luz (la que somos, la que es), para que no se vaya la luz: por todo esto una novela como esta de Lara Moreno (hasta la fecha solo poeta con libros, por cierto, en nuestra ciudad y también cuentista) se hace imprescindible y se vuelve milagrosa. Ya apenas se escribe con esta pasión, con esta intensidad, con este amor. Hay demasiados libros que se deshacen en las manos como pompas de jabón. Este calienta las manos y los corazones y nos recuerda el camino que va de las unas a los otros. Y no digo más para no estropearles el placer del argumento.