Creíamos que en Málaga se habían acabado las atrocidades urbanísticas cometidas en los años 60 y 70. Pero éramos unos ilusos. Para muchos, la Trinidad sigue siendo esa gran mancha negra en pleno Centro, como la describió un conocido concejal de Urbanismo en el Ayuntamiento en los primeros años de la democracia. Entonces, la oposición ciudadana fue clave para evitar la desaparición de este histórico arrabal, aunque no lo suficiente, por desgracia, para evitar que se convirtiera en la triste realidad que hoy es. Emilio Bautista, conocido dirigente vecinal de la época, ilustre sastre de nazarenos ya jubilado, jugó un papel clave para librar al barrio de la piqueta, pero siempre lamenta que los trinitarios que se fueron, en realidad, nunca regresaron. Una frase lo resume todo: «Llegó gente que no sabía ni dónde estaba Málaga». Y claro está, como es cierto que el roce hace el cariño y no había roce, ni raíces, sus calles comenzaron un proceso de degradación que dura hasta nuestros días y nadie parece hacer nada por evitarlo, provocando un nuevo éxodo de trinitarios cansados de tanta desidia. El principio del fin.

La historia sigue repitiéndose en otras zonas de la ciudad. Edificios históricos que sobreviven abandonados hasta que llega la máquina excavadora. El barrio de las artes que el Ayuntamiento quiere crear en lo que toda la vida ha sido el ensanche de Málaga se ha convertido en la niña de los Soho del alcalde, Francisco de la Torre. Allí se están cometiendo numerosas tropelías con edificaciones del siglo XIX que no tienen la suerte de ser BIC porque a las administraciones no les interesa catalogarlas como tales, dejándolas desprotegidas y al albur de los caprichos municipales, que poco a poco están dejando a la ciudad sin personalidad. Lo que hace 40 años hicieron los vecinos de la Trinidad lo emulan ahora muchos ciudadanos a través de las redes sociales, manteniendo acalorados debates con representantes públicos que demuestran tener una venda en los ojos y que por poco no confunden un Bien de Interés Cultural con un bolígrafo naranja que escribe fino y uno de cristal que escribe normal.

La pensión La Mundial, edificio de Fernando Guerrero Strachan, parece que tiene los días contados a favor de un mamotreto de un tal Moneo. Salvemos La Mundial se ha convertido en una especie de grito de guerra que por el momento no está siendo escuchado por unas autoridades empeñadas en arrasar cuando hasta hace poco habían demostrado lo contrario, con un ambicioso y eficaz plan de rehabilitación del Centro que lo ha transformado por completo. No se entiende. No es coherente. Algo esconde la operación. El patrimonio es de todos y no puede trocarse en beneficio de unos pocos.