Inmaculado, impecable, señorial, campeón, perdón, bicampeón del mundo de MotoGP, casi triunfador, buen triunfador del todo pues, de nuevo, realizó una grandísima carrera, el mallorquín Jorge Lorenzo vio cómo los hombres de Honda se despedazaban entre ellos por culpa de su liderato, de su agresividad, de su peculiar manera de querer liderar las carreras. Lorenzo trataba de escaparse hacia su sexta victoria pero, sobre todo, quería evitar que Marc Márquez y Dani Pedrosa aprovechasen el poder de sus Honda, la mejor adaptación de sus mecánicas al trazado de Motorland para sentenciar la carrera. Lorenzo no sabía si podría parar el golpe, pero sí sabía que la primera parte de la carrera iba a ser suya. Como casi siempre.

Pero Pedrosa estuvo a la altura de lo que se esperaba de él, sabedor de que era su última oportunidad. Y, justo cuando alcanzó a Márquez y le superó, empezó su drama. Drama que ocurrió a espaldas de Lorenzo, pero muy cerquita del mallorquín, que ya empezaba a ser consciente de que los chicos de Shuhei Nakamoto, con permiso para fulminarle y, como se demostró de inmediato, sin órdenes de equipo. Márquez no quería que se le escapase la victoria y, aunque tiene suficiente ventaja como para especular en las cuatro carreras que restan, apretó de lo lindo. Así que llegó al final de una minirecta y, aunque iba muy acelerado, pudo frenar, eludir el encontronazo con Pedrosa, al que quería acosar y pasar, pero con su codo izquierdo, con la protección de titania que roza el asfalto, tocó un cablecito que hay en la rueda trasera. Ese cablecito es quien controla la acción de la central que dosifica la potencia y, sobre todo, el control de tracción. Es decir, ese cable decide cuántos caballos van a la rueda trasera en cada curva, sin importarle que el piloto retuerza el puño del gas, pues previamente los ingenieros (japoneses, claro) ya han decidido con qué potencia se traza esa curva. Y no dan más de la necesaria.

El cable se rompió, Márquez se alejó de Pedrosa («no le toqué, lo juro, sólo le rocé»), se fue largo por una escapatoria de asfalto, pero con tiempo de ver cómo Pedrosa se iba al suelo, era despedido por las orejas de su Honda y acababa con su carrera, con su Mundial y, quién sabe, si con la posibilidad, ocho años después de aterrizar en Honda y debutar en MotoGP, de conquistar el título soñado. ¿La razón de ese caos? Cuando Dani retorció a tope el puño del gas, la rueda trasera de su moto recibió los 260 caballos de potencia, todos, de golpe. Y adiós carrera. Muchos culparon a Márquez, pero esta vez la culpa la tenía el dichoso cable que, seguro, para Malasia, dentro de quince días, lo habrán cambiado de lugar. Fijo. Y Lorenzo inmaculado, señor, dijo que Márquez le ganó bien, porque estuvo mejor que él. Bueno, Marc y su poderosa Honda. Demasiado para Lorenzo. Y para Pedrosa, que el domingo, sí, podía haber ganado.