Cuando se consume el principio del otoño en la ciudad -cálida y magna- en un mismo lienzo, el mes décimo despierta con un sinfín de expectativas emocionales que hacen desbrozar el entorno que habitamos. Octubre se convierte en tiempo de terapia cultural.

El curso sociopolítico comienza con muchas asignaturas pendientes -o quizá las mismas desde hace lustros-: presentación de Presupuestos Generales confrontados; la pérdida de 100 millones de euros en inversiones para Málaga; reducción del Ministerio de Cultura en Andalucía, que cae un 56,6%... La frialdad que generan estas cifras necesita al Arte como ferviente réplica, como bálsamo cromático que arrope este desafecto.

Mañana, -qué gran palabra- Federico Miró Jurado inaugura su primera muestra individual en la Sala de la Facultad de Bellas Artes de la UMA hasta el 8 de noviembre. Tras un verano intenso de premios, aprendizaje y reconocimiento nacional, vuelve a Málaga. Frente a tanta conmoción compartida, Federico nos invita con su creación al incesante peregrinar hacia la búsqueda: el saber de dónde se parte sin conocer el puerto de destino. Esa es la producción de Miró Jurado, una aventura a la observación paciente. Al trabajo meticuloso que lo evade de lo circunstancial, que le reta a navegar entre líneas en ese «juego de engaños y verdades» donde la mirada puede pasar de largo o descubrirse en cada uno de sus paisajes, que realmente te advierten el camino que has alcanzado.

Después de esta coyuntura aciaga, me quedan -permanecen- los trazos de la obra de este genial talento para entreverarme con una obsesión: el encuentro. Déjate llevar hasta donde la mirada te alcance, las estrías te marcarán la ruta. Disfruten de la pasión marina a través del horizonte anímico y terrestre que nos descubre Federico Miró.