La principal característica de un gobierno democrático es su inestabilidad. La Administración de Obama se paraliza, por la resistencia del Congreso a aprobar el déficit. El gobierno de Hollande ve mermarse su base social: el nivel de popularidad más bajo en décadas (un 23%). El de Leta, en Italia, puede venirse abajo cualquier día. Incluso en Alemania, la victoriosa Merkel trabaja a fondo un pacto, pues la oposición de izquierda tiene más parlamentarios. En España Rajoy vive de la ficción de que la voluntad popular, una vez emitida, sea un foto fija para cuatro años, pero conforme se acercan las citas electorales (municipales y regionales en año y medio), el socavón que se ahonda bajo sus pies causa más vértigo. La inestabilidad de los gobiernos es un reflejo de la de la gente, de sus problemas y de su estado de ánimo. Ella nos obliga al esforzado equilibrio en el que hacemos vida.