Llevamos seis años de crisis y ya se habla de la década perdida para España. Las últimas décadas perdidas pasaban en Hispanoamérica y en Japón pero han regresado a este país que desperdició tantas desde el siglo XIX y que, cuando creyó que estaba encontrando el tiempo perdido, resultó que era una burbuja y un espejismo y que seguimos siendo los vagos católicos de siempre. En realidad, la década perdida no es la presente, (6 años sufridos y 4 que ya descuentan) sino por la anterior. Vuelve a la casilla 22.

Los funcionarios han regresado a niveles salariales de principios de siglo (XXI, se entiende) y los trabajadores privados a niveles de principios del XX en según qué derechos. Con un paro que es una alegría para la parte contratante se ha vuelto a cerrar la verja a la entrada de la fábrica y el capataz señala con el dedo entre la multitud: «tú, tú y tú. Los demás, volved mañana». Los presupuestos generales del Estado esconden en un dibujito pixelado un nivel de inversiones de hace 25 años, una altura de pantano en sequía que deja a la vista el viejo campanario, nuestra clásica línea de cielo raso.

Dicen unos que la expectativa de vida ha retrocedido en España y otros que en un futuro próximo llegará a los 100 años. Hay que decirle al abuelo y al sistema de pensiones que los cien años son los nuevos noventa y a los trabajadores que sigan en activo que la edad de jubilación se aleja y que los setenta serán los nuevos sesenta y hay que seguir currando. Es un acordeón raro y no sabe uno si bailar o no a su son. Por una parte está esa sensación de pérdida de tiempo, por otra un rejuvenecimiento social aunque, al ser los cincuenta los nuevos cuarenta, hay que cuidarse de no recaer en la crisis de los cuarenta, como hay gente que está volviendo a tener sarampión. Hay que ser positivos, como nos mandan aquellos para los que la crisis es la nueva prosperidad.