Es alentador que un personaje como Berlusconi esté a punto de salir de la política como consecuencia de una resolución judicial, indicio de que, al menos los tribunales, no todos los tribunales, son susceptibles de compraventa. Este individuo hizo su carrera comprándolo todo: medios de comunicación escritos y audiovisuales, voluntades ciudadanas y hasta un partido político. Digamos que la gente menos venal de ese partido acaba de apostar por el país, oponiéndose a él y obligándole a envainar su amenaza de colapsar una vez más la vida política, precisamente cuando Italia, como cualquier otro estado agredido por la crisis, necesita sinceras iniciativas de unidad aunque solo sea coyuntural. El Senado parece decidido a expulsar a un ángel de tinieblas que no se conformó con ser dueño de la mitad del poder real y quiso titularizar el institucional a su tramposa manera.

Figurones como éste quedan pocos en los gobiernos de los estados democráticos, y hay que celebrarlo. Lo impasable no es su edad, inútilmente camuflada en tintes y cirugías que han ido acartonándole, sino el choque de su mentalidad de dueño atrabiliario contra una sociedad que no es de siervos ni se deja mangonear sin excepciones en el trapicheo del dinero. El Berlusconi real, que acusa de traidor al correligionario que se niega a seguirle en el enésimo golpe contra la frágil estabilidad italiana, es contraejemplo de lo que ha de traernos el imparable cambio del mundo. Si los cálculos no yerran, en ese mundo seguirán cabiendo los errores y aberraciones propios de la condición humana, pero no habrá lugar para sujetos como el «cavaliere», groseros en el pensar y el obrar, vividores que se creen con derecho de potestas y rijosos hasta la náusea en sus vicios público-privados.

Una sentencia le condena ahora a cárcel, que tal vez eluda por edad, y a inhabilitación, que es ineludible. La cámara parlamentaria de la que es miembro no podría mantenerle ni en la hipótesis imposible de que consiguiera comprarla en bloque. Hay que creer que todos los italianos, incluidos muchos de los suyos, están deseando quitárselo de encima en el plano político. Y cuanto más cruel sea la manera de hacerlo, mejor aviso a la moralidad laxa de otros, dentro y fuera de su país. No ha surgido, o no es aún perceptible, el pensador o grupo de pensamiento que conciba y haga universalmente participable la estructura del mundo que cambia. Sin embargo, la fuerza de los hechos señaliza caminos, y entre ellos no es trivial el del proceso de eliminación política de Berlusconi, al que seguirán otros de análogo pelaje. No se lo pierdan los creyentes en la intocabilidad plutócrática.