El punto y final al caso Malaya cierra un capítulo en la historia socio-política de España. Jesús Gil, que en gloria esté, empezó a contar este cuento culminado por un grupo de secundarios que se limitaron a imitar las formas de aquel guía, aunque con poca originalidad y con mucha ceguera. No me tiembla el teclado si escribo que D. Jesús fue un gran humanista. Otra cosa es para qué usó ese conocimiento que sólo otorgan los muchos años de calle y esquineo. Lo mismo podría haberse convertido en cardenal de la curia que en agente putrefactor de un pueblo para beneficio propio y de sus carroñeros. La literatura española, y fíjense el quiebro que meto, seguiría siendo una de las ramas fundamentales de la mundial aunque Don Quijote se hubiese quedado en la mente de Cervantes. Celestina muestra tanta sabiduría sobre el ser humano que brilla con la potencia de aquel hidalgo entre los candiles que iluminan el rumbo entre esta niebla de horas por donde caminamos. Nada nuevo bajo el sol, dijo la frase bíblica acertada. Y tuvo razón. El hombre evoluciona su tecnología, no sé si aún se sigue modificando su cuerpo, pero cuando se rasca un poco, sea quien sea, aparece eso, un hombre con sus tópicas grandezas y sus miserias. Y Celestina sabía decir y dar a cada quien que la rodeara lo que necesitase para convertirlo en títere de su voluntad que, como un embudo, desembocaba en su interés. Cuando yo era joven, mejor muy joven, no entendía las corruptelas; cientos de barras de bar más tarde, comprendo casi todas y nunca pondría la mano en el fuego por mí. Todo tiene su precio que no tiene por qué ser el dinero, aunque reconozcamos que seis ceros tienen su aquel, dicho en prosa rítmica. He visto sensatos llorando como adolescentes por una mujer. He visto mujeres frías y calculadoras como una máquina perder toda su educación por un hombre. No hablemos de quien tuviera un enganche con las drogas, camino del retrete dispuesto o dispuesta a cualquier humillación. Ni pensemos en lo que Manolillo se tragó por coger un carguillo. A cada uno Celestina le dio lo suyo y en esta ruleta no hay dios, ni patria, ni madre ni ley que valga.

Corromper es fácil. Si alguien lo quiere intentar conmigo sólo tiene que aparecer por casa con un maletín repleto de billetes de 500, o con medias de rejilla y tacones si es de género femenino. Pero aunque me ilusione la idea, no sucederá porque no tengo nada que ofrecer salvo unas copas y un par de buenos chistes. Según me veo, no valgo nada. Y ahí estuvo el genio empresarial de Jesús Gil. Cada habitante de Marbella valía su peso en terreno recalificable. Inició su tragicomedia al modo de Celestina. Dio a una gran parte del vecindario puestos bien remunerados en el consistorio hicieran falta o no. La plantilla municipal se convirtió en una carga insostenible a medio plazo; ni partidos, ni sindicatos dirían nada en contra aludiendo a algo tan etéreo como la responsabilidad o la sostenibilidad. La otra parte del pueblo se apuntó a los tajos en la construcción activada con fuerza antes que en ninguna otra zona de España. Eso sí, los terrenos sobre los que se cimentaba eran los propios de colegios, centros de salud o parques. Daba igual que la ciudad quedara destrozada en su trazado urbano y sus condiciones de habitabilidad porque los miembros del club financiero vivirían en otra parte a salvo de tanta ordinariez. Así, las corruptelas marbellíes no se circunscribían al ámbito de los despachos, mancharon por acción, pensamiento, palabra y obra a casi toda la sociedad marbellí. Celestina muere antes de que finalice la obra. Ella desencadenó las pasiones de un grupo y una vez sueltas, como los males de Pandora, no hay quien las detenga. Odio y venganza nutren las fuentes policiales y periodísticas. Al final, el edificio se derrumbó y un nuevo plagio vulgar de un clásico se ha publicado en forma de sentencia. Yo he dicho en serio lo del maletín y las medias, pero me temo que no tendrá ningún efecto.

*José Luis González Vera es profesor y escritor