La realidad española se contempla con mejor perspectiva desde Kazajastán, y Japón es el imperio del optimismo renaciente, a juzgar por los risueños análisis económicos vertidos por Rajoy desde geografías cada vez más distantes. Sus valoraciones no se corresponden con la realidad, pero la disparidad con los hechos nunca ha preocupado en exceso a los economistas cuyas predicciones eufóricas sellaron el colapso planetario. Al Zapatero que se resistía a admitir la crisis le ha surgido un imitador en la figura de su sucesor, que reacciona al aumento en la cifra de parados registrada en septiembre como si fuera un triunfo.

El ministro De Guindos y de Lehman Brothers recibe los datos como la «estabilización del mercado laboral». El portavoz popular Alfonso Alonso comparte la alegría por el aumento del paro, porque la evolución a lo largo del año «confirma que las medidas del Gobierno funcionan». De acuerdo con esta peculiar ley, una bajada del desempleo debe entenderse como un contratiempo para las cacareadas políticas de Rajoy. Aparte de ridículo, este comportamiento supone un bofetón para los 26.000 nuevos parados registrados en solo un mes en el país. Si este dato sería recibido como un mazazo en geografías desahogadas, cuesta entender la alegría en una de las regiones más depauperadas laboralmente. Los manifiestos estabilizadores afrentan asimismo a los 4.800.000 parados cuya situación se comprometió a resolver el PP. El Gobierno se felicita por una cifra que incrementa en trescientos mil el número de desempleados que había en España en el momento de las elecciones de 2011. Los populares han empeorado la situación en el único dato económico relevante. Si se elige la EPA, el aumento se acerca al millón. Con el capítulo aparte del descenso en las afiliaciones a la Seguridad Social, o de los aumentos de las personas que han renunciado a buscar empleo y de las que se han resignado a contratos a tiempo parcial.

El incremento del paro supondría un duro correctivo a la política del Gobierno en cualquier circunstancia, pero se hace sangrante al considerar la cifra total que Rajoy utiliza como sarcástica coartada. Las cuotas españolas de desempleo quintuplican a las alemanas, y el PP se felicita de una nueva subida. Durante la campaña electoral, el líder del Ejecutivo aseguró que necesitaba seis meses para invertir la situación económica. La legislatura camina hacia su ecuador, y el Gobierno ha empeorado los datos laborales de sus predecesores. El aumento de parados registrado en 2012, primer año íntegro de los populares en el poder, se elevó a 400 mil. Supera ampliamente a los 300.000 de 2011, el último ejercicio de Zapatero. De continuar la progresión actual, la cifra de desempleados también habrá aumentado en valores absolutos en 2013, mientras el gabinete brinda por el triunfo. La situación se agrava al recordar que los parados son personas. El factor humano está ausente en las apreciaciones de un Gobierno que ha restaurado la hiriente condición de sobrantes, un concepto decimonónico que sintoniza por tanto a la perfección con la prosa de Rajoy, datada en el mismo siglo. Ante la incapacidad para aliviar la cifra de desempleados, el Ejecutivo recurrió sin rebozo a la insultante expresión «los parados de Zapatero». La lógica invita a pensar que los desempleados anteriores a 2011 serían los más interesados en votar al PP para que aliviara su situación, por lo que topan con una doble humillación. Las triunfales giras de Rajoy por Kazajastán debieron convencerle de que España es «el país del paro». Su Gobierno no ha mejorado esta lacra y ha empeorado la solidez de los sostenes familiares que aíslan esforzadamente la precariedad de la indigencia. Sólo los grandes directivos mantienen sus percepciones estratosféricas, mientras que la furia congeladora de Rajoy se extiende incluso a los famosos sobresueldos.