El sugestivo juego especular entre arte y naturaleza: ¿qué imita a qué?, ¿qué se anticipa? La fascinación de cierto futurismo barroco, hoy ya clásico, venía de la mezcla de antigüedad y alta tecnología. El mejor ejemplo sería Dune, la saga profética de Frank Hebert, que consagraría en el cine David Lynch. Religión y cientificismo, arcaísmo tribal del poder con el instrumental técnico más evolucionado, destrozando aquel sentido de la historia que avanzaba en bloque por el tiempo. Avance y retroceso a la vez, y con semejante potencia de aceleración, atrás y adelante. Así se muestran hoy los genuinos focos antisistema, de Al Qaeda a Corea del Norte. ¿Pero también, a su modo, las puntas de lanza del sistema, de Israel a USA, con sus fondos de armario milenaristas? La razón vacila, llega a pensar si no será ella misma una rara fe, una religión sin antepasados. ¿Y, por tanto, sin futuro?