Cuando hoy se celebra el Día mundial del Correo, conmemorando la Unión Postal Universal (UPU) fundada el 9 de octubre de 1874 gracias al Tratado de Berna, que unificó una multitud de reglamentos y servicios postales en un territorio postal único, evoco al intimista género epistolar -la carta - como un nostálgico trebejo a través del cual la palabra viajaba lenta y casi siempre segura, describiendo las esencias de los remitentes, unos personajes que hogaño aparecen sellados en un sobre arrugado y ambarino, al tiempo que brindo homenaje a la figura entrañable del cartero, este mensajero que periódicamente nos prendía las emociones como un cántico imborrable.

Cuando esta semana la cabra malagueña transfigura la calle Larios en nuestra cañada real de la memoria, devolviéndonos la calidez de una estampa enmarcada por una niñez pretérita, rememoro la figura del cabrero que se vislumbraba por las rúas del Barrio Alto de la ciudad -Alta, Dos Aceras, La Posada, de calle Parras, Cruz del Molinillo, camino del Ejido y Fuente Olletas- como emisario de una vía láctea autóctona, que hacía a la chiquillería urbana y expectante revivir la naturaleza más cercana como protagonistas curiosos ante el paso de esa comitiva pecuaria y agreste.

Cuando este mes se contrae marcado por las cifras constantes de la desventura: paro, corrupción, desprestigio de la clase política, pérdidas graduales del poder adquisitivo de los empleados públicos, sentencias malayas que se tornan festivas€ Cuando todo esto acontece, se abre el Teatro Romano y, frente a tanta tragedia, pasamos, gracias a la recreación de Francisco Fortuny, de un Prometeo encadenado a una liberación romántica que el autor conjuga entre Esquilo y Shelley, suscitando un respiro gracias a lo remoto. Málaga vuelve a ser escenario mítico de la forma más brillante.