Se acuerdan ustedes de Robert Reich, que fue ministro de Trabajo con el presidente Bill Clinton?

El Gobierno del que Reich formó parte fue también víctima de un chantaje similar al que practican hoy los republicanos del Tea Party con otro presidente demócrata a cuenta de su reforma sanitaria.

Reich, que acaba de estrenar en las pantallas norteamericanas un documental muy crítico con la marcha de su país titulado Desigualdad para todos, denuncia en declaraciones a Der Spiegel la brecha creciente entre la minoría más rica y la mayoría de la población norteamericana.

Así, en 1978, el ciudadano estadounidense medio ganaba poco más de 48.000 dólares al año mientras que el del sector más rico de la población ingresaba también por término medio 390.000 dólares.

Hoy, el primero se lleva a casa sólo 33.000 dólares al año mientras que el segundo gana 1,1 millones. Como resultado, los 400 norteamericanos más ricos tienen un patrimonio equivalente al de 150 millones de sus conciudadanos.

Una de las cosas de las que más se ufanaban los ciudadanos de aquel país, la movilidad social, ha pasado a la historia y la brecha que divide a los ciudadanos nunca ha sido tan grande desde hace un siglo.

El exministro de Trabajo desmonta el mito, propagado por los neoliberales de ambas orillas según el cual lo peor que puede hacerse es bajarles los impuestos a los ricos porque disminuirán la inversión y el consumo y los de abajo serán los primeros perjudicados.

Reich es partidario de una mayor imposición fiscal y recuerda que en las tres primeras décadas después de la Segunda Guerra Mundial, el tope impositivo en su país nunca estuvo por debajo del 70 por ciento, lo que permitió que creciera fuertemente la economía gracias a las masivas inversiones en infraestructuras y educación.

Hoy, por el contrario, el máximo está en un 22 por ciento, los ingresos del trabajador norteamericano medio no dejan de bajar y la clase media se empobrece cada vez más.

¿Por qué ocurre eso con un presidente demócrata en la Casa Blanca? Para Reich, la causa principal es que la administración Obama se ha distinguido por su proximidad a Wall Street: ha habido una especie de puerta giratoria entre el Gobierno y la gran banca por la que han pasado en ambos sentidos los más estrechos colaboradores del presidente.

Pero ¿no están también los otros gobiernos sometidos a la dictadura de los mercados financieros, como denuncia a su vez Jean-Michel Naulot, un exbanquero convertido hoy en feroz crítico de los abusos de poder de ese gremio en un programa para la emisora de TV franco-germana Arte.

En palabras de Naulot, autor del libro Crise financière- Pourquoi les gouvernements ne font rien?, Ed. Seuil (Crisis financiera: ¿por qué los gobiernos no hacen nada?), las finanzas mundiales continúan siendo hoy como «una enorme central nuclear construida al margen de toda norma de seguridad».

Los bancos centrales se dedican a inyectar liquidez en la economía, liquidez que acaba muchas veces en los «subterráneos de la especulación» en lugar de dedicarse a créditos para la pequeña y mediana empresa.

Los fondos de alto riesgo siguen campando por sus respetos como antes de la crisis del 2008 hasta el punto de acoger ahora a muchos que dejan los bancos porque «las remuneraciones ya no son lo que eran».

Los productos derivados representaban el año pasado un valor global equivalente a diez veces el Producto Interior Bruto Mundial. Y, de seguir la inacción de los gobiernos, advierte Naulot, dentro de diez años, serán 25 veces más.

«Los gobiernos aceptan la dictadura de los mercados. Para salvar sus plazas financieras y los puestos de trabajo han renunciado a desactivar la central nuclear», sentencia el veterano exbanquero.