Venezuela nació a la ilusión del oro negro en 1914, cuando los venezolanos hacía décadas que habían despertado del sueño bolivariano revolucionario. Entonces descubrieron que el lodo con que los indios calafateaban sus canoas en el lago Maracaibo se podía bombear en pozos estratégicamente ideados para extraer petróleo. Los petrodólares sirvieron para construir carreteras, levantar edificios, etcétera. El esplendor irradió en la etapa del dictador Marcos Pérez Jiménez. Una clase pudiente creció a la sombra de la riqueza y miles de campesinos llegaron a Caracas para recoger las sobras y sobrevivir, la mayoría, en miserables poblados de ranchitos en las laderas de la capital.

En los años ochenta comenzó el declive. Cayó el precio del crudo pero la corrupción se mantuvo llegando a niveles insospechados. Siendo el país con mayores reservas de petróleo y gas del mundo, Venezuela se sitúa también a la cabeza de los más corruptos de América, según Transparency International. La inflación está por encima del 45 por ciento, hay escasez de alimentos de primera necesidad y los apagones de luz son moneda corriente.

Nicolás Maduro comenzó conduciendo un autobús en Caracas. Más tarde, como cuenta Rory Carroll, el mejor biógrafo de Chávez, consiguió un certificado de discapacidad que le libró de trabajar. Entró en el sindicato y desde allí siguió su carrera sin renunciar al salario de la empresa. En vez de dedicarse, como otros sindicalistas, a la agitación decidió mantener una postura flexible frente al poder. Elegido miembro de la Asamblea Nacional, Chávez se fijó en él por lo mucho que asentía y lo poco que protestaba. Llegó a ocupar, primero, la presidencia del parlamento y, después, el ministerio de Asuntos Exteriores durante seis años. No conocía ningún idioma extranjero pero eso era lo de menos. Cuando el Gorila de Caracas murió, allí estaba para sucederle, sentado encima del mismo barril de petróleo que siempre acaba por convertirse en uno de pólvora.

Maduro, una mala copia del original, ya no tiene a quién asentir en esa rueda de la frustración que es Venezuela.