Era el título de una magnífica canción del Último de la fila. Entre sabiduría y buen rollo, Manolo nos dejaba claro que era esto de las «leyes de los hombres». Cuestiones llena de gestos tardíos y palabras huecas. Al estar lejos, paradójicamente se podía disfrutar precisamente de eso, «De amar como se ama por primera vez/ cuando aún no hay costumbres/ Lejos de las leyes de los hombres/ donde se diluye el horizonte». Ayer, a la comisaria Mälstrom, tras la visión de los casi tres centenares de ataúdes en la catástrofe de Lampedusa, se le diluyó el horizonte y posiblemente el alma. «Ese dolor, no es digno de Europa», tuiteó. No sería digno. Pero Europa lo permitió. Y menos mal que las leyes de los hombres están lejos de esas leyes karmikas y demás historias. Si fuera así tendríamos un boleto a tribuna o palco como poco. El sofismo se ha hecho virtuoso en nuestra sociedad, con frases grandilocuentes del estilo «tenemos que reaccionar de manera adecuada», o «Europa no puede mirar a otro lado». En España la Guardia Civil del mar, Salvamento Marítimo y Cruz Roja los hubiesen salvado del tirón. Estamos en crisis, pero hay mínimos de decencia. En Italia el pueblo también los hubiese rescatado. De hecho, abuchearon a los representantes que fueron compungidos a ver los muertos que dejan las «políticas obligadas por la realidad». Habría que ver qué realidad niega el auxilio. Bueno sí, hay gente que piensa que esas realidades existen y tienen un calificativo, y es a donde nunca hay que llegar en nombre de los recortes, el déficit o lo que fuese. La vida es una cuestión sagrada. Porque el problema surge precisamente por eso, por la sempiterna economía. Esas leyes que se endurecen por escuadra y cartabón, de los «hombres, entelequias y asesoramientos de negro, y en negro», que calculadora en mano exclaman una y mil veces, que no salen las cuentas. Y de ahí a que devuelvan las tarjetas sanitarias los inmigrantes irregulares y que paguen las medicinas hospitalarias los enfermos crónicos hay un trecho. La «delgada línea roja» la dicta un simple decreto ley. Leyes, lejos de las leyes de los hombres. Demasiado lejos. Y como historiador, los siglos de luces siempre van de la mano del Humanismo. Habría que ver qué grado de opacidad tenemos con ese tipo de medidas.

Y si hablamos de involuciones, otra cuestión íntimamente relacionada. Otra canción de Manolo García; «Rebuznos de amor». Por aquello del burro precisamente. Los españoles de entre 16 y 65 años están a la cola del mundo desarrollado en materia de «comprensión» lectora. Los resultados que arroja el estudio colocan a los españoles con un nivel de rendimiento «cuestionable», que de media equivale a no entender el recibo de la luz o a no comprender textos como El Quijote. La administración habla de «posición rezagada», pero vamos también habla la administración de «subida moderada» de los salarios, y tenemos el sueldo mínimo interprofesional de risa, María luisa, en comparación con la otra Europa. Cosas del lenguaje administrativo. Y la educación, que resulta que se encuentra íntimamente relacionada con la economía. A más educación, mayor estado del bienestar. Japón, Finlandia y esos países, a la cabeza. Spain, como el ranking para montar empresas, de los penúltimos. Y a estas que me llega un buen amigo con la recomendación del libro de Daniel Kahneman (al que un periódico nacional compara con Galileo y Darwin), «Pensar rápido, pensar despacio». En la contraportada habla del determinante valor de la reflexión, y la importancia que tiene esto para las personas y las sociedades.¿Reflexión, debate y acción por estas tierras? Por aquí, en algunas materias, los problemas siguen pendientes tras siglos de espera. Y lo peor. Están condenados a volver eternamente. Es lo que tiene no solucionarlos desde hace años. Cuestión cíclica. Pero para eso de la cuestión cíclica habría que leer a Giordano Bruno, Isaiah Berlín o Mircea Eliade. Pero si no sabemos ni comprender un recibo de la luz. ¿Cómo vamos a reflexionar adecuadamente? Pues eso. Y el conjunto de la sociedad es el futuro. No lo olvidemos.