El verano se ha asentado en nuestra tierra y dice que adónde va a ir que se viva mejor. Pues lleva razón, pero puestos a ser justos tenemos que ponernos en la piel de nuestros vecinos, los comerciantes, que tienen las cajas de sus comercios vacías y las estanterías llenas de unos artículos que ya deberíamos lucir en nuestros cuerpecitos -divinos de la muerte- por calle Larios. Pero no, aquí me tienen ustedes delante del ordenador, frente al ventilador -porque el aire acondicionado me acatarra- enfadada como una mona porque tengo que ir a la boda de mi amiga Vito -las hay con ganas de marío, con estas edades- y no puedo estrenar mi vestidito verde hoja con una chaqueta a juego, comprado ex profeso para lucir en el evento. Y es lo que yo pienso: cuando el tiempo le da por ser de aquella manera no hay San Antonio Bendito que lo remedie. Pues se ha perdido mi vela mensual ¡Ah!, se siente.

Hablando de cosas serias: dicen por ahí que esta vez están seguros, que saben donde están sepultados los restos de la niña sevillana, que lo ha dicho alguien que lo sabe de verdad. Esperemos que sea cierto, no por la menor, que ya -desgraciadamente- ni siente ni padece, lo deseamos por la familia: padres, hermanos, tíos, abuelos, que llevan padeciendo mucho tiempo y, aunque siempre la tendrán en sus pensamientos, el que puedan -de vez en cuando- acercarse a su lápida a hablar con ella, les reconfortará, aunque sea un poco.

¿Dónde vive el maestro armero al que pedirle cuentas por la mala restauración de la cubierta del convento de la Trinidad? Alguien debería responsabilizarse del fiasco, pero, no lo vamos a negar, en este país de nuestros amores pocos se disculpan, y cuando digo pocos estoy exagerando. Señores, nuestra economía no soporta más despistes de nadie. ¡Señor, Señor!