La semana que queda atrás nos deja la advertencia del Fondo Monetario Internacional sobre el peso de la deuda privada en la economía española. Ya tocaba. Hemos pasado mucho tiempo alarmados por el peso creciente de la deuda pública, pronosticando desastres, planificando hipótesis de rescates y especulando sobre quitas, como si todo el problema del país fuera el pasivo de las administraciones, y ahora que la prima de riesgo se modera y los mercados vuelven a confiar en la capacidad del Tesoro Público para cumplir, se pone el foco en la deuda privada. El FMI alerta de que un 40% de esta deuda está en manos de empresas que no la podrán pagar si no la reestructuran (es decir , si no negocian más años para devolverla ) y/o si no efectúan operaciones de reducción de costes operativos (es decir, echar a gente o bajar salarios, o ambas cosas) y de gastos de capital (es decir, dejar de pagar dividendos a los accionistas y quizá algún acordeón de aquellos que hacen que el valor de la acción se reduzca a un céntimo).

En la deuda privada nos deberíamos haber fijado mucho antes, porque es la madre del cordero de la crisis española. Fue el sector privado el que se lanzó a una fiebre de endeudamiento durante los años maravillosos, entre 2001 y 2007. Durante esos años, la deuda pública se redujo. La ola de prosperidad que lo inundaba todo con dinero sin fin provenía del endeudamiento privado. Grandes y pequeñas empresas, familias, y sobre todo promotores inmobiliarios, iban a los bancos a buscar dinero, y se los daban, porque los bancos lo iban a buscar a los bancos extranjeros, y también se lo daban. Y como el dinero circulaba y había prosperidad, el Estado podía reducir su tasa de endeudamiento.

He aquí que llegó la crisis financiera internacional, estalló la burbuja, se instaló la desconfianza, y todo se paralizó. El precio del dinero se disparó mientras la economía real se hundía, y el volumen de la deuda se convertía en una losa que arruinaba empresas que hubieran podido aguantar. Sorprendidos por el derrumbe, los gobiernos intentaron al principio mantener el gasto público e incluso aumentarlo para animar la cosa, a pesar de que los impuestos estaban en caída libre, y así perpetraron los déficits que cubrieron endeudándose. Y la deuda pública comenzó a crecer justo cuando la privada dejaba de hacerlo. Después llegaron los recortes, pero el daño ya estaba hecho. Un daño que viene de la locura de siete años de vacas gordas que en realidad eran vacas hinchadas.