Cristóbal Montoro se está consolidando como el Alfredo Landa del Gobierno, nunca se recuperará de las secuelas de su fracaso en las elecciones andaluzas. A caballo entre la ficción presupuestaria y la cinematográfica, ha sentenciado que «los problemas del cine español no tienen que ver sólo con las subvenciones, también con la calidad».

Montoro se pasa a la crítica de cine, sin necesidad de ver las películas que comenta, como la mayoría de críticos. Es curioso que los defectos de la industria cinematográfica española reciban el diagnóstico de quienes admiten que no consumen sus productos, empezando por los actores. Ahora bien, si el ministro de Hacienda va a suprimir todos los sectores que no responden al dinero público invertido en su sostén, se aproxima el desmantelamiento del Gobierno entero. También aquí, el titular de Hacienda podrá alegar la «caída en la taquilla». Con un Estado de coste cero, el superávit presupuestario está garantizado.

Ni un crítico de la solvencia de Montoro logra equivocarse siempre. Los resistentes del cine español contemplan periódicamente que hay poco futuro al margen de Torrente, salvo para quienes consideren que Lo imposible es una película española. Si 15 años y un día es el producto más atildado de que dispone la Academia para su examen anual en Hollywood, el ministro de Hacienda se queda corto.

Las película sometida a los Oscars compondría con algún arreglo un apañado capítulo de teleserie centenaria. Es curioso que el personaje de Maribel Verdú se burle en 15 años y un día de los culebrones televisivos, cuando protagoniza uno de ellos. Si se utiliza esta película como síntoma, dado que ha sido proclamada como la obra más depurada del año, la desidia de los creadores cinematográficos ha coronado un nuevo techo. La sensiblería también puede ser chabacana.

El cine español ni siquiera puede esgrimir las torturas presupuestarias a que les somete el ministro, porque películas extraordinarias como Pequeñas mentiras sin importancia o Intocable combinan el olfato taquillero con la impecable realización. No insultan a su clientela, conjugan el «elitismo para mayorías» que patrocinaba Umberto Eco.

Los cineastas españoles piensan que el público no está a su altura y tienen razón, porque los espectadores no han caído tan bajo. Y como excepcionales excepciones que ni el crítico Montoro sabría rebatir, ahí están Celda 211, Grupo 7, No habrá paz para los malvados o Una pistola en cada mano.