Con la Iglesia hemos topado, Papa Francisco

Encabeza esta carta, con la añadidura de a quien va dedicada, un tópico literario que ha hecho fortuna entre los castellanos parlantes después que fuese acuñada en Don Quijote de la Mancha dirigida a su buen Sancho, y que ha sentado sus reales como expresión coloquial. Da a entender que a la Iglesia no se debe inmiscuir en los asuntos de cada uno y menos tratar de sentar críticas sobre ella. También hace alusión velada por la decepción que puede producir la intromisión de la institución en asuntos que puedan interferir en los deseos de quien la formula. Pero ocurre ahora que quien hace referencia a la Iglesia,o más justamente, a la Curia vaticana es ni más ni menos que el mismo Papa.

Acaba de sentenciar con la claridad expositiva que le caracteriza que «La Corte del Vaticano es la lepra del papado», arremetiendo contra ella diciendo poco más o menos que solo se ocupa de la Santa Sede, desentendiéndose del mundo que le rodea, y propugna una limpieza de ella. Toda una revolución por el impacto indudable que va a tener en el futuro de la iglesia. Por lo que no ha tenido por menos que sembrar la alarma en el organismo administrativo, judicial y de gobierno de la Santa Sede y granear en su ámbito la inquietud, cuando no la desavenencia.

Tiemblan algunos por lo que les puede caer encima a tenor de los postulados de un Sumo Pontífice que no casa con nadie, que repudia el pasteleo y que con humildad y proximidad al llamado pueblo llano dice verdades como puños, fiel continuador de su antecesor en el sillón de Pedro, el Papa emérito Ratzinger. Clama por una iglesia «desmundanizada» y pobre, que, ni más ni menos, es lo que proclaman los santos evangelios.

La versión de la Iglesia del papa Jorge Berglogio se basa «en escuchar las necesidades, las desilusiones, la desesperación -tilda a lo ocurrido en la Lampedusa, en cuyas costas murieron alrededor de 300 inmigrantes que huían del horror de sus países, de «vergüenza para el mundo»-, dar esperanza a los jóvenes y ayudar a los viejos... Ser pobre entre los pobres».

Fui creyente en mis años mozos, pero sopesando las razones que yo mismo me daba para seguir practicando mi devoción hacia el catolicismo y las prácticas religiosas o abandonarlas, desemboqué en un estado de indiferencia rayano en el agnosticismo. Posiblemente no fui tocado por la fe en su momento, por lo que inicié una andadura en lo espiritual distinta de la de los primeros años en cuanto tuve acceso en mi experiencia vital a novedosos conocimientos más o menos científicos.

Es muy posible que el buen hacer del nuevo Pontífice cambie mis ideas preconcebidas en el pasado. Y no creo desbarrar diciendo que hará lo propio en mucha gente.

José Becerra Gómez. Málaga